24/06/2025
El libro fue creado en una escuela pública de Hernando con el acompañamiento de una institución privada, y ya forma parte del catálogo de bibliotecas municipales. El deseo de la joven estudiante de contar su propia historia impulsó a su familia y docentes a involucrarse, aprender y crecer junto a ella durante todo el proceso.
A los nueve años, Nahiara Albornoz Rodríguez logró lo que muchos escritores persiguen durante toda una vida: publicar su primer libro. Pero su historia no solo destaca por su temprana vocación literaria, sino también por el contexto en el que se desarrolló. Nahiara es ciega de nacimiento, cursa quinto grado en la Escuela Gobernador José Francisco Javier Díaz de Hernando, Córdoba, y su cuento "La princesa Ana", escrito en braille, ya forma parte del catálogo de la biblioteca municipal de su ciudad y de la medioteca de Villa María. Además, se proyecta su incorporación a otras bibliotecas de la provincia.
La obra nació como un proyecto escolar, impulsado
por un entorno que combinó compromiso docente, apoyo familiar y colaboración
institucional. Su escuela pública trabajó en conjunto con la Escuela de
Modalidad Especial María Montessori, de gestión privada, para acompañar a
Nahiara en el proceso creativo. Esta articulación permitió no solo la
concreción del libro, sino también visibilizar las posibilidades reales de una
educación inclusiva cuando se apuesta por el trabajo colectivo.
"La princesa Ana" cuenta la historia de una niña que
vive en un castillo y que invita a otros niños a recorrerlo. El relato
sorprende por su riqueza sensorial: texturas, luces y espacios están descriptos
con una precisión que revela la sensibilidad de su autora y el proceso de
exploración guiada que vivió durante la escritura. Para ello, sus docentes la
acompañaron a experimentar diversos entornos, ayudándola a ampliar sus
registros táctiles, auditivos y olfativos.
El camino no estuvo libre de obstáculos. Una de las principales dificultades fue la falta de una máquina Perkins fundamental para la escritura en braille, que se logró adquirir gracias a una rifa organizada por las dos comunidades escolares involucradas. Este gesto colectivo refleja cómo las barreras estructurales pueden sortearse mediante voluntad institucional, compromiso social y gestión comunitaria. El proyecto, además, generó una movilización pedagógica. Docentes como María de los Ángeles Pereyra, ya jubilada, se capacitaron en braille para acompañar a Nahiara. También se lanzó una edición impresa del libro, cuyas ventas permitieron recaudar fondos para la compra de material educativo. La iniciativa, lejos de agotarse en un caso individual, activó nuevas líneas de trabajo: docentes, ilustradores y lectoras ciegas se sumaron a la producción de libros infantiles en braille, ante la escasez existente en bibliotecas escolares.
La historia de Nahiara no es solo un ejemplo de superación personal. Es, sobre todo, un caso concreto de cómo la inclusión no depende exclusivamente de grandes políticas, sino también de pequeñas decisiones cotidianas asumidas con compromiso pedagógico y sensibilidad social. Es una historia que interpela y recuerda que el acceso a la lectura, al arte y a la producción cultural debe ser un derecho garantizado para todos, y no un privilegio limitado por la falta de recursos o la indiferencia institucional.
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