24/06/2025
A más de 14 años de su promulgación, la ley ha mostrado falencias serias en su implementación, producto de un diseño cuestionado por su falta de respaldo científico.
La salud mental en Argentina atraviesa un colapso que ya no puede ser ignorado. La falta de recursos, la escasez de profesionales, los tiempos de espera interminables y la ausencia de políticas públicas efectivas han configurado un escenario crítico. A esta realidad estructural, agravada por la pandemia de COVID-19, se suma la creciente demanda de atención psicológica y psiquiátrica, lo que ha puesto en evidencia un sistema que no da abasto y que, en muchos casos, abandona a quienes más necesitan ayuda.
En este contexto, se
presentó en el Congreso un proyecto para declarar la Emergencia en Salud Mental
a nivel nacional. La iniciativa busca reconocer la gravedad de la situación y
habilitar medidas excepcionales que permitan ampliar la cobertura de atención,
garantizar recursos y flexibilizar las normativas vigentes para dar respuesta
urgente. La propuesta también apunta a modificar aspectos de la Ley Nacional de
Salud Mental, que, según sus críticos, ha demostrado limitaciones a la hora de
dar respuestas efectivas a pacientes, familiares y profesionales.
Las cifras respaldan la
urgencia. Más del 45% de la población argentina ha atravesado algún episodio
vinculado a trastornos emocionales, como ansiedad, depresión o estrés
postraumático. En paralelo, las tasas de suicidio, el consumo problemático de
sustancias y los casos de violencia intrafamiliar han ido en aumento. Según el
Ministerio de Salud, las consultas en servicios de salud mental crecieron más
del 60% desde 2019. A pesar de esto, el gasto público destinado al área apenas
representa el 0,2% del presupuesto general de salud, una proporción ínfima
frente al tamaño del problema.
Profesionales de la
salud mental advierten que el sistema está saturado. Una psiquiatra con dos
décadas de experiencia explica que "muchos pacientes quedan en lista de espera
por meses, lo que empeora su situación y los deja en riesgo". El testimonio de
usuarios del sistema refleja la misma preocupación: Martín, un joven de Buenos
Aires, relata que tardó más de seis meses en conseguir un turno con un
psicólogo, mientras su estado se deterioraba. María José, madre de un
adolescente con depresión, describe cómo su hijo casi no recibió ayuda a tiempo
debido a la demora para acceder a una consulta. La falta de atención oportuna
no solo compromete la recuperación, sino que puede significar la diferencia
entre la vida y la muerte.
Las consecuencias sociales y económicas de esta crisis son profundas. Organismos internacionales como la ONU y la OMS han advertido que los trastornos mentales no tratados pueden transformarse en una "bomba social", con efectos en el sistema judicial, la seguridad y la productividad económica. El costo estimado de la inacción se mide en vidas, sufrimiento y también en miles de millones de pesos perdidos por la falta de intervención temprana.
Declarar la emergencia
permitiría implementar medidas urgentes, como la apertura de nuevos centros de
atención, la contratación de profesionales, la ampliación de servicios públicos
y privados y la agilización de respuestas administrativas. También permitiría
revisar aspectos clave de la legislación vigente, que hoy limita, por ejemplo,
el funcionamiento de instituciones especializadas de internación, muchas veces
necesarias en casos agudos.
Pese al consenso
técnico y social, el camino político no será sencillo. Las restricciones
presupuestarias y la falta de prioridad en la agenda nacional han frenado
históricamente las reformas en el área. Pero la magnitud del problema ya no
permite postergaciones.
La salud mental no
puede seguir relegada al último lugar del sistema sanitario. La situación
actual exige decisiones firmes, basadas en evidencia y orientadas al bienestar
colectivo. Declarar la emergencia en salud mental no es solo una cuestión
técnica: es un acto político y ético que reconoce la dignidad de quienes
padecen, y el derecho de todos los ciudadanos a ser escuchados, atendidos y
protegidos.
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