24/06/2025
En 2004 había 1.247 aspirantes al sacerdocio en Argentina; dos décadas después, el número se redujo a apenas 481. En medio de una profunda crisis vocacional, la Iglesia comienza a desprenderse de propiedades ante la falta de relevo. A esto se suman el avance de las iglesias evangelistas, los cambios culturales y una transmisión de la fe que ya no ocurre como antes.
La falta de nuevas vocaciones, sumada al envejecimiento del clero y a la pérdida de influencia social, ha comenzado a tener consecuencias concretas: parroquias sin reemplazos, comunidades rurales sin misa y propiedades que se venden o se abandonan por falta de gestión.
El fenómeno no es exclusivamente local. Se inscribe
en un proceso global de secularización, pero en Argentina adquiere matices
propios: la acelerada transformación cultural, el descrédito institucional tras
los casos de abusos encubiertos por la jerarquía, la expansión de las iglesias
evangélicas sobre todo en los sectores populares y una ruptura generacional en
la transmisión de la fe. Cada vez más familias se alejan de las prácticas
religiosas tradicionales, y los jóvenes no encuentran en la figura del sacerdote
un modelo aspiracional ni una vocación que los convoque.
La Iglesia ha comenzado a tomar nota de este
declive. En varias diócesis, se están fusionando parroquias, reduciendo
actividades pastorales o directamente cerrando templos que durante décadas
fueron puntos de referencia en barrios y pueblos. En otras, se avanza en la
venta de propiedades e inmuebles que ya no pueden mantenerse. En paralelo,
algunas comunidades optan por reforzar la presencia de laicos comprometidos,
pero ese modelo enfrenta limitaciones ante la ausencia de ministros ordenados.
Para muchos dentro de la propia Iglesia, este
colapso vocacional también expone la desconexión de sus estructuras con el
mundo contemporáneo. Las formas rígidas, el lenguaje eclesiástico distante, la ausencia
de una autocrítica sincera y la resistencia a abrir espacios reales de
participación especialmente para mujeres y jóvenes han contribuido a un proceso
de desafección creciente. En lugar de generar diálogo, muchas veces se responde
con inercia burocrática o con discursos que insisten en culpar al "relativismo
moral" o a los "ataques del mundo moderno", sin revisar las responsabilidades
internas.
La figura del cura ya no ocupa el centro de la vida comunitaria como en otras épocas. Donde antes el párroco era consejero, referente y figura de autoridad social, hoy muchos ciudadanos sobre todo las nuevas generaciones no lo consideran parte relevante de su vida cotidiana. Las redes sociales, los nuevos liderazgos barriales, los movimientos sociales y las comunidades evangélicas suplen ese vacío con una cercanía práctica y un lenguaje emocional más directo. La Iglesia, en cambio, parece muchas veces encerrada en sus propias formas, con respuestas que ya no alcanzan.
La crisis vocacional es apenas uno de los síntomas de una transformación más profunda: la pérdida de centralidad de la Iglesia como institución moldeadora del tejido social argentino. El descenso en los bautismos, la caída en la asistencia a misa, la baja participación en los sacramentos y el aumento de personas que se identifican como "sin religión" componen un escenario que interpela de forma directa a la conducción eclesial.
Frente a esto, hay quienes proponen medidas
urgentes: renovar el lenguaje litúrgico, fomentar comunidades verdaderamente
inclusivas, repensar el celibato obligatorio, abrir más espacios de decisión a
mujeres y laicos, e involucrarse en los problemas reales del pueblo, más allá
de los dogmas. Otros, en cambio, se refugian en una mirada nostálgica del
pasado o en un repliegue identitario que poco aporta a una Iglesia viva y
presente.
El descenso de vocaciones no es solo un dato
estadístico. Es, en el fondo, una pregunta abierta sobre el sentido de la fe en
la vida contemporánea. Y también un llamado a repensar el papel de una
institución que, si no se adapta y transforma con honestidad, corre el riesgo
de volverse irrelevante en una sociedad que ya no espera respuestas verticales,
sino vínculos reales, comprometidos y humanos.
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19 de julio de 2025