24/07/2025
El testimonio contemporáneo más citado proviene del fraile italiano Dominic Mancini, quien relató cómo los niños fueron recluidos en la Torre y vistos con menor frecuencia hasta desaparecer.
Una nueva investigación liderada por la historiadora británica Philippa Langley desafía una de las versiones más arraigadas en la historia inglesa: la supuesta ejecución de los príncipes Eduardo y Ricardo, hijos del rey Eduardo IV, presuntamente asesinados por orden de su tío, Ricardo III. La desaparición de ambos niños, recluidos en la Torre de Londres en 1483, ha sido considerada durante siglos uno de los mayores enigmas históricos del Reino Unido. Sin embargo, Langley asegura que hay evidencias que apuntan a que ambos príncipes sobrevivieron, lo que podría reescribir la narrativa histórica sostenida durante más de 500 años.
El caso, que inspiró incluso a William Shakespeare a
retratar a Ricardo III como un villano jorobado y asesino de niños, ha estado
marcado por la especulación y la falta de pruebas concluyentes. En 1674 se
hallaron dos pequeños esqueletos en la Torre, atribuidos sin certeza científica
a los príncipes desaparecidos y enterrados luego en la Abadía de Westminster por
orden de Carlos II. Hasta hoy, esos restos no han sido objeto de pruebas de ADN
ni identificaciones que confirmen su origen.
El testimonio contemporáneo más citado proviene del
fraile italiano Dominic Mancini, quien relató cómo los niños fueron recluidos
en la Torre y vistos con menor frecuencia hasta desaparecer. También se apoyan
las sospechas contra Ricardo III en la Croyland Chronicle, que en 1486 ya
recogía el rumor de que los hijos de Eduardo IV "habían dejado de
existir". A esto se suman argumentos como los del historiador A. J.
Pollard, quien señala que Ricardo tenía el motivo, los medios y la oportunidad
para eliminarlos.
No obstante, Langley considera que la versión
tradicional responde a una manipulación interesada de la historia impulsada por
los Tudor. Tras la caída y muerte de Ricardo III en la batalla de Bosworth en
1485, Enrique VII ascendió al trono e instauró una nueva dinastía. Según
Langley, fue este nuevo monarca quien construyó y difundió la narrativa de que
Ricardo había asesinado a sus sobrinos, aprovechando el control del aparato
estatal y una red de espionaje eficaz.
Apoyada por un equipo multidisciplinario de especialistas en criminología, derecho e historia, Langley adoptó un enfoque forense aplicado a la investigación histórica. El resultado fue el "Proyecto Príncipes Desaparecidos", que durante una década examinó archivos, crónicas y documentos, en busca de evidencias ignoradas o descartadas. Según la investigadora, los indicios recopilados son suficientes para sostener que los príncipes no murieron en la Torre, sino que lograron escapar y posteriormente fueron encubiertos bajo nuevas identidades.
Entre las pruebas más llamativas que cita se encuentra la documentación relacionada con Lambert Simnel, un joven coronado en Dublín en 1487 como "Eduardo VI", tras la muerte de Ricardo III. Langley sostiene que este niño, presentado como impostor por Enrique VII, podría haber sido en realidad Eduardo V, el mayor de los príncipes desaparecidos. A esto se sumaría el caso de Perkin Warbeck, quien décadas más tarde afirmó ser Ricardo, duque de York, y desafió a Enrique VII por el trono, lo que fue tomado por muchos como una amenaza creíble.
La historiadora afirma que el relato aceptado
durante siglos se construyó con base en rumores de época y relatos de la
propaganda Tudor. Por ello, sostiene que la carga de la prueba ya no debe
recaer en quienes cuestionan la versión oficial, sino en quienes continúan
afirmando que Ricardo III fue culpable. "Si no hay cuerpos confirmados ni
pruebas directas, no se puede seguir acusando a Ricardo sin cuestionar el
contexto político y propagandístico en el que surgió esa acusación", argumentó
Langley en una reciente entrevista con The Times.
Su nuevo libro, The Princes in the Tower: Solving
History's Greatest Cold Case, presenta esta hipótesis con el respaldo de nuevas
fuentes documentales y pretende reabrir el debate sobre uno de los casos sin
resolver más célebres de la monarquía británica. Aunque su postura ha recibido
reacciones encontradas en el ámbito académico, ha renovado el interés por
revisar críticamente la historia escrita durante el reinado de los Tudor.
Entre los escépticos se encuentra el profesor
Michael Dobson, del Instituto Shakespeare de la Universidad de Birmingham,
quien advierte que sería improbable que Ricardo III hubiese dejado con vida a
quienes representaban una amenaza directa a su legitimidad. Pese a ello,
Langley insiste en que, más allá de las creencias arraigadas, las pruebas deben
ser la base de cualquier conclusión histórica. El caso, cinco siglos después,
sigue abierto.
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