04/06/2025
El tren Sarmiento tiembla bajo los pies de cientos de pasajeros que, aún somnolientos, se apilan en sus vagones rumbo a la ciudad. El murmullo matinal se mezcla con los frenos chirriantes y los anuncios por altoparlante.
El tren Sarmiento tiembla bajo los pies de cientos de pasajeros que, aún somnolientos, se apilan en sus vagones rumbo a la ciudad. El murmullo matinal se mezcla con los frenos chirriantes y los anuncios por altoparlante.
Pero en uno de esos coches, la rutina se interrumpe
por la cadencia de un beat improvisado. Entra un joven con gorra, una mochila
colgando de un solo hombro y un altavoz en la mano. Se llama Elías Pera, y su
escenario son los trenes.
"Buenos días, gente. No vengo a pedir, vengo a
compartir", dice con tono firme pero amable. Le sigue una base de rap y, en
segundos, Elías lanza rimas que hablan de la vida, del barrio, del hambre, de
sus hijos. Improvisa con lo que ve, con lo que siente, con lo que le duele. La
gente lo escucha. Algunos sonríen, otros bajan la mirada. Hay quienes filman
con el celular, y quienes le alcanzan una moneda antes de bajar en la siguiente
estación.
Elías Perea, o eliasmusic.oficil como figura en
redes, es cantante, compositor. Vive en Merlo, provincia de Buenos Aires, y
además de subirse a los vagones amostrar su arte cada mañana, intenta vivir de
su música. Saltó a la fama en 2022 cuando participó del programa La Voz
Argentina, donde sorprendió con su presencia auténtica y una voz cargada de
sentimiento. Aunque muchos lo recuerdan por ese paso televisivo, su verdadera
historia se construye día a día entre rieles, freestyle y responsabilidad.
Tiene dos hijos y una convicción firme: hacer de la música no solo un modo de expresión, sino también un modo de vida. "Cantar en el tren es poner el cuerpo. No sabés con qué cara te vas a cruzar. Pero si logro que alguien se quede pensando o se ría un poco, ya está. Gané algo más que monedas", dice mientras espera el próximo servicio en la estación de Castelar.
Su estilo atraviesa el rap, el reggaetón y el
freestyle. Tiene canciones propias, muchas escritas en su casa entre mates y
noches largas. Algunas las canta con pista, otras las improvisa con lo que ve
en el momento. "Si hay un nene, si alguien bosteza, si se corta la luz. Todo
sirve para rimar". Sus letras mezclan crítica social con ternura de barrio:
habla de la violencia, de la pobreza, pero también del amor, de las ganas de
salir adelante, de lo que significa ser padre sin red.
El vagón es una caja de sorpresas. Hay días en que no junta ni para un pan. Otros, en los que vuelve con lo justo para una cena digna. "Yo no robo, no vendo nada trucho. Pongo la cara y la voz. Con eso le doy de comer a mis hijos", afirma sin vergüenza, con la seguridad de quien sabe que su arte es su herramienta.
No espera fama, aunque ya conoce los reflectores.
Sueña con grabar más temas, con poder armar su propio estudio, con cantar para
más gente que no lo mire solo por la ventana del tren. Mientras tanto, sigue:
rima tras rima, viaje tras viaje.
Antes de bajarse en Once, lanza una última frase al
aire:
"Esto no es solo música, es sobrevivir con estilo".
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5 de junio de 2025
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