03/07/2025
Cada vez más parejas optan por ceremonias civiles o alternativas, reflejando cambios culturales, creencias personales y una visión más flexible del compromiso. ¿Qué impulsa esta transformación en las tradiciones matrimoniales?
Cada vez más parejas eligen casarse por fuera del marco religioso, marcando una tendencia que refleja los profundos cambios culturales, sociales y generacionales de la vida contemporánea. En Argentina, como en otros países de la región, los matrimonios civiles superan ampliamente a los religiosos, y en muchas ocasiones ni siquiera hay una ceremonia formal: sólo el compromiso mutuo, tal vez un acto simbólico, y una vida compartida que se construye sin bendiciones ni rituales eclesiásticos.
La Iglesia Católica,
históricamente central en la organización social y familiar, observa con
preocupación el descenso sostenido de los matrimonios sacramentales. Según
cifras del propio clero, en los últimos veinte años se ha registrado una caída
de más del 60% en este tipo de celebraciones. En paralelo, el número de
matrimonios civiles se ha mantenido relativamente estable, aunque cada vez más
parejas optan por convivir sin casarse. La unión convivencial, reconocida
legalmente desde la reforma del Código Civil y Comercial de 2015, crece año a
año.
Detrás de este fenómeno
se conjugan múltiples factores. Por un lado, el cambio en la percepción del
matrimonio como institución: para muchos jóvenes, casarse ya no representa una
obligación social ni un paso ineludible para legitimar una relación. Por otro,
existe una distancia creciente entre las nuevas generaciones y las estructuras
tradicionales de la religión. Las críticas a la jerarquía eclesiástica, la
falta de representatividad en temas de género, diversidad y derechos humanos, y
una espiritualidad que se busca por otros caminos, alejan a muchos de las
parroquias.
Florencia y Agustín se
casaron en una terraza porteña, con vista al atardecer, rodeados de amigos,
familiares y plantas. No hubo sacerdote ni iglesia, sino una ceremonia laica
oficiada por una amiga cercana que leyó un texto escrito especialmente para
ellos. "No sentimos que necesitáramos una validación religiosa para este paso.
Queríamos que fuese íntimo, propio, que hablara de lo que somos. Y la verdad es
que fue muy emocionante", cuenta Florencia.
El fenómeno no es
exclusivo de las grandes ciudades. En localidades pequeñas, donde el peso de la
tradición suele ser más fuerte, también comienzan a registrarse cambios.
Algunas parejas realizan bodas comunitarias, organizadas por municipios, u
optan por celebraciones familiares sin ningún marco institucional. Los
organizadores de eventos lo confirman: las ceremonias laicas ya representan una
porción significativa del trabajo anual, muchas veces con una producción tan
cuidada como una boda religiosa.
Desde el ámbito académico, se estudia esta transformación como parte de una secularización progresiva que se manifiesta no sólo en lo matrimonial, sino también en otras prácticas sociales: disminución del bautismo infantil, menor participación en misas, y nuevas formas de espiritualidad individual. "Estamos ante un proceso de privatización de la fe y de reinvención del ritual", explica Mariana Brumana, socióloga especializada en religión. "La gente ya no sigue los moldes tradicionales. Arman sus propias ceremonias, toman elementos de distintas tradiciones, y sobre todo buscan autenticidad".
A esto se suma la
diversidad de modelos familiares. Parejas del mismo sexo, uniones entre
personas de distintas religiones o culturas, vínculos poliamorosos o familias
ensambladas desafían el formato del matrimonio canónico, que sigue siendo
rígido en cuanto a su definición doctrinal. Aunque el discurso eclesiástico ha
intentado mostrar una actitud más abierta en los últimos años, las
restricciones normativas siguen vigentes.
En paralelo, la
industria del casamiento también se ha adaptado. Wedding planners, diseñadores
de experiencias y maestros de ceremonia ofrecen servicios personalizados para
bodas sin iglesia. Algunas incluyen rituales simbólicos como el encendido de
velas, la plantación de un árbol o la escritura de votos que remiten a una
narrativa íntima más que a una tradición religiosa. "No hay guiones
preestablecidos. Cada ceremonia es distinta, y eso la hace especial", comenta
Ana Luz Pérez, organizadora de eventos.
Este cambio no implica
necesariamente un rechazo absoluto a lo espiritual. Muchas parejas siguen
considerando que el matrimonio es un compromiso profundo y trascendente. Pero
buscan que ese significado se exprese en términos personales, alejados del
dogma. En muchos casos, incluso, se mantiene una relación cultural con la
Iglesia como bautizar a los hijos o celebrar Pascua pero ya no se la considera
imprescindible para los momentos clave de la vida adulta.
La pandemia también
aceleró esta transición. Durante los meses de aislamiento, muchas parejas
debieron posponer o repensar sus celebraciones, lo que abrió la puerta a
ceremonias más íntimas, flexibles y desvinculadas del calendario litúrgico. La
virtualidad, además, permitió que los rituales se reconfiguraran en formatos
nuevos, más adaptados a las circunstancias y a los vínculos afectivos reales.
En este escenario, la
figura del matrimonio como contrato social sigue vigente, pero su forma y su
sentido están siendo redefinidos. La iglesia ya no ocupa el centro de la
escena, y las parejas escriben sus propias historias, mezclando símbolos,
afectos y decisiones. Un casamiento sin iglesia ya no es una excepción: es
parte de una nueva normalidad.
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