03/07/2025
Nueve años después del cierre del zoológico de Buenos Aires y su transición hacia un ecoparque, el rewilding ha emergido como un modelo conservacionista en ascenso. No obstante, su implementación genera fricciones: la retirada del Estado deja vacíos que transforman la conservación en un campo de conflicto político, económico y simbólico.
El cartel de "ecoparque" reemplazó al de "zoológico" en muchas ciudades argentinas, pero el cambio va mucho más allá o, en algunos casos, no tanto. Espacios históricamente pensados para exhibir animales en cautiverio hoy intentan redefinir su propósito frente a una sociedad cada vez más crítica con las lógicas de encierro y explotación de fauna. Lo que antes se presentaba como un acto educativo o científico, hoy enfrenta cuestionamientos éticos, ecológicos y políticos. En ese escenario emergen nuevas narrativas como la del rewilding o conservación activa que, aunque prometen restaurar ecosistemas y devolver especies a su hábitat natural, abren también interrogantes sobre los verdaderos objetivos, actores involucrados y modelos de gestión.
La reconversión del
zoológico porteño en ecoparque fue uno de los casos más simbólicos, pero no fue
el único. En Córdoba, Mendoza, Salta, Tucumán y otras provincias se replicó el
intento de transformar estos espacios en lugares de conservación y educación
ambiental. En algunos casos, se mejoraron estándares de bienestar animal o se
implementaron programas de rescate y rehabilitación. En otros, el cambio fue
apenas superficial: se reemplazaron jaulas por espacios algo más amplios, se
agregaron discursos verdes y se sumaron emprendimientos comerciales sin alterar
las condiciones estructurales.
En la Argentina no existe
hasta el momento una normativa nacional unificada que regule el funcionamiento
de estos nuevos formatos. Tampoco hay un registro actualizado sobre cuántos
animales siguen viviendo en cautiverio, en qué condiciones o bajo qué planes de
conservación. La ausencia de datos oficiales obliga a recurrir a fuentes
fragmentarias: reportes de ONG, investigaciones académicas, declaraciones
políticas y coberturas periodísticas.
A nivel global, el
debate también está abierto. Según datos de la World Association of Zoos and
Aquariums (WAZA), existen más de 10.000 zoológicos en el mundo, pero sólo una
pequeña parte participa activamente en programas de conservación. Frente a ese
panorama, muchas instituciones han optado por trasladar animales a santuarios
especializados o, en casos excepcionales, reintroducirlos en sus hábitats
originales. La experiencia del traslado de la elefanta Mara desde Buenos Aires
a un santuario en Brasil marcó un punto de inflexión, aunque dejó en evidencia
lo complejo, costoso y limitado de este tipo de intervenciones.
Una de las propuestas
que más fuerza ha ganado en las últimas décadas es el rewilding o
reasilvestramiento. Inspirada en experiencias como la reintroducción de lobos
grises en Yellowstone, esta corriente promueve la restauración de ecosistemas a
través de la reintroducción de especies clave. En Argentina, distintas
fundaciones privadas han impulsado la reintroducción del yaguareté, el guanaco
o el cóndor andino en distintas regiones del país, especialmente en los Esteros
del Iberá y la Patagonia.
Rubén Quintana, Investigador Superior del CONICET y presidente de la Fundación Humedales, advierte sobre los riesgos de estos modelos si no se aplican con rigurosidad científica. "Muchas veces se intenta reintroducir especies emblemáticas sin considerar si existieron históricamente en ese lugar o si el hábitat actual es adecuado", señala. Además, subraya la necesidad de involucrar a las comunidades locales, garantizar la conectividad entre áreas naturales y evitar conflictos ecológicos o sociales derivados de una planificación deficiente.
Para Quintana, la
conservación no puede reducirse a campañas publicitarias o acciones impulsadas
exclusivamente por fundaciones privadas. "El Estado debe ser el garante de la
conservación del patrimonio natural, estableciendo políticas de largo plazo,
con presupuesto, ciencia y territorio", sostiene. En ese sentido, lamenta que
algunos proyectos públicos valiosos, como el Banco Nacional de Datos Genéticos
de Especies impulsado por el antiguo Zoológico de Buenos Aires, hayan quedado paralizados
durante la reconversión.
El caso del cóndor de
California es una muestra del potencial de la conservación ex situ cuando está
bien planificada. En 1982, la especie estaba al borde de la extinción con
apenas 22 ejemplares. Gracias a un programa liderado por el Zoológico de San
Diego, hoy hay más de 500 cóndores, la mitad de ellos viviendo en libertad.
Esta experiencia, sin embargo, es excepcional. La mayoría de los animales que
hoy están en zoológicos reconvertidos no pueden ser reintroducidos y dependen
de una infraestructura que muchas veces no garantiza condiciones mínimas de
bienestar.
Mientras tanto, en
varias ciudades argentinas, los antiguos zoológicos reabren con nuevas
promesas. Algunos ofrecen senderos educativos, otros experiencias interactivas
o propuestas gastronómicas. Pero el interrogante de fondo sigue siendo el
mismo: ¿qué rol deben cumplir estos espacios en una sociedad que exige más
ética, más transparencia y mayor compromiso con la biodiversidad? ¿Son parte de
la solución o solo una reformulación del problema?
La transformación del
vínculo entre humanos y fauna exige algo más que palabras nuevas o reformas
estéticas. Requiere políticas públicas coherentes, ciencia aplicada,
responsabilidad intergeneracional y una mirada crítica sobre el uso de la
naturaleza como espectáculo. Sin eso, corremos el riesgo de convertir la
conservación en un espectáculo más, con slogan verde incluido.
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