30/06/2025
Lunes, 30 de junio de 2025. Un estudio reciente advierte que las campañas de prevención del suicidio están dejando de lado a los adultos mayores, a pesar de que las personas de 75 años en adelante presentan las tasas más elevadas de suicidio entre todos los grupos etarios.
Amanece en la sala común del geriátrico público del conurbano. Una radio suena bajito, mientras una enfermera recorre las habitaciones con una bandeja de medicación. A esa hora, los cuerpos envejecidos ya no duermen, pero tampoco despiertan del todo. Algunos miran el techo en silencio. Otros intentan hablar sin que nadie les conteste. Son, en muchos sentidos, los últimos en ser atendidos.
Pedro tiene 84 años y un cuerpo que se encorva más
por tristeza que por edad. Desde hace cinco, vive en esa residencia luego de
que su única hija "con mucho trabajo, pobrecita", aclara decidiera internarlo
porque "no podía seguir cuidándolo". Desde entonces, repasa los mismos
recuerdos como si se aferrara a los jirones de una vida que parece haber
quedado atrás: el taller de carpintería, el patio con parra, el perfume de su
esposa muerta. También, desde entonces, evita hablar del intento de suicidio
que lo llevó al hospital municipal, un año antes de llegar al geriátrico.
Historias como la suya se repiten con frecuencia
creciente en hospitales, residencias y consultorios de todo el país. El
suicidio en adultos mayores, una problemática silenciada, ha comenzado a
visibilizarse tímidamente en los últimos años. Las estadísticas son tan
contundentes como ignoradas: las personas mayores de 70 años tienen una de las
tasas de suicidio más altas del país, superando incluso a los adolescentes,
aunque la mayoría de los casos se registra como "muerte dudosa" o directamente
no se denuncia.
No suelen dejar notas. A veces, ni siquiera lo
planifican como acto final. El suicidio en la vejez puede presentarse de modos
menos evidentes: dejar de comer, negarse a tomar medicación, no aceptar ayuda,
exponerse al abandono con una resignación amarga. Son decisiones que nacen del
aislamiento, la falta de sentido, el dolor físico persistente o la pérdida de
vínculos afectivos. También de una sociedad que, sin decirlo, los ha apartado.
Para muchos, el paso a la jubilación representa una
fractura. La rutina desaparece, el reconocimiento se desvanece, las llamadas se
espacian. Para las mujeres mayores, el escenario es distinto pero no menos
duro: la soledad se vuelve aún más densa, especialmente entre aquellas que
dedicaron su vida al cuidado de otros y hoy no tienen a quién cuidar ni quien
las cuide. Según datos del Ministerio de Salud, la soledad, la pérdida de
autonomía y el dolor crónico son los principales factores de riesgo para el
suicidio en la vejez.
En la guardia del hospital Piñero, una médica generalista que prefiere el anonimato cuenta que ve cada vez más casos de "suicidios pasivos" en pacientes de edad avanzada. "Nos llegan con cuadros graves de desnutrición o con enfermedades que se podrían haber controlado, pero no buscaron ayuda. En muchos casos están solos o los hijos no quieren o no pueden hacerse cargo. Lo más doloroso es que no hay red", resume.
Ese vacío se multiplica en las zonas rurales, donde
la distancia física se suma al olvido institucional. En pueblos del interior
profundo, los adultos mayores quedan al cuidado de otros mayores o directamente
a su suerte. En algunos casos, los vecinos intentan suplir el rol del Estado,
pero sin recursos ni formación. Así, lo que empieza como una red solidaria
termina por desbordarse.
El fenómeno no es exclusivo de Argentina. Países con
alto envejecimiento poblacional enfrentan una crisis similar. En Japón, por
ejemplo, existe un término para describir a los ancianos que mueren en soledad
sin que nadie lo note durante días o semanas: kodokushi. En Francia, Italia o
España, los suicidios de adultos mayores superan ampliamente al promedio
nacional. El desafío de cómo envejecer con dignidad atraviesa fronteras,
religiones y economías.
Sin embargo, las respuestas institucionales siguen
siendo escasas. Los programas de atención psicológica para adultos mayores
están subfinanciados o no se implementan. La salud mental en la tercera edad
rara vez es una prioridad en las políticas públicas. Las campañas de prevención
suelen centrarse en los jóvenes, y los profesionales formados específicamente
en gerontopsiquiatría son muy pocos.
Algunos intentan tender puentes. En barrios
populares, centros de jubilados y organizaciones comunitarias sostienen
actividades que ayudan a mitigar el aislamiento: talleres, meriendas, caminatas
grupales, acompañamiento telefónico. Aunque insuficientes, son espacios donde
se escucha y se nombra lo que a menudo se oculta: la tristeza, el abandono, el
deseo de no seguir.
Pedro, en su silla de ruedas junto a la ventana,
dice que lo que más extraña es el olor de su casa. A veces imagina que vuelve.
En sus buenos días, ayuda a otros a comer o conversa con la psicóloga del
lugar. "Me dieron otra oportunidad", dice con una mezcla de resignación y
gratitud. No siempre alcanza, pero al menos esta vez alguien lo vio antes de
que fuera tarde.
En una sociedad que envejece aceleradamente, mirar
hacia los márgenes se vuelve urgente. Porque detrás de cada cifra hay una vida
que fue útil, que fue familia, que fue historia. Y que merece ser atendida
antes de que la soledad la borre.
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30 de junio de 2025
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