30/06/2025
Si bien cada familia ensamblada tiene su propia dinámica y particularidades, todas comparten un desafío en común: construir una convivencia armoniosa a partir de historias, vínculos y estilos de crianza distintos.
Una mesa compartida no convierte a un grupo de personas en una familia. Mucho menos cuando algunos de sus miembros apenas se conocen, provienen de historias diferentes y llevan consigo la herencia emocional de una separación reciente. Así son, en muchos casos, los comienzos de las familias ensambladas: escenarios donde conviven las buenas intenciones con los desafíos más complejos de la convivencia.
Tras un divorcio, cuando uno o ambos integrantes de
una nueva pareja ya tienen hijos y deciden convivir, la ilusión de recomenzar
la vida familiar tropieza con una serie de ajustes inevitables. Diferencias en
las pautas de crianza, hábitos de vida opuestos, heridas emocionales sin cerrar
y una etapa especialmente exigente como la adolescencia pueden tensar la
dinámica cotidiana hasta ponerla al límite.
"Pasar de ser una pareja a convertirse en un grupo
conviviente es un reto en sí mismo", advierte la psiquiatra infantojuvenil
Andrea Abadi. Ese tránsito implica abandonar la comodidad de la intimidad de a
dos para gestionar una cotidianeidad que incluye a varios, con demandas,
necesidades y límites en permanente renegociación. Y cuando alguno de los hijos
no forma parte de la pareja en sí, sino de un vínculo anterior, la situación se
vuelve aún más delicada.
En estos contextos, lo que en una familia
tradicional se da por sentado, aquí debe ser acordado: desde los horarios de
llegada hasta quién impone los límites, qué normas se aplican y qué rol tiene
cada adulto respecto de los hijos que no son propios. "En principio, las pautas
de crianza corresponden al padre o madre biológico, mientras que el adulto
conviviente puede colaborar con normas de convivencia, pero no con la autoridad
parental en sí", explicó Abadi.
En esta línea, la psicóloga Josefina Saiz Finzi
subraya la necesidad de evitar generalizaciones. "No se puede hablar de
'familia ensamblada' como una categoría cerrada. Cada grupo tiene su singularidad,
su historia, sus tiempos. Reconocer eso es clave para que las relaciones se
construyan desde un lugar genuino".
La adolescencia complejiza aún más ese panorama.
Jóvenes en pleno proceso de construcción de identidad pueden reaccionar con
resistencia a la figura de una nueva pareja de su madre o padre. A veces, esa
incomodidad se manifiesta con enojo, con desobediencia o directamente con
rechazo. Según Lorena Ruda, especialista en orientación a padres y
adolescentes, "si el vínculo entre el adolescente y la nueva pareja del
progenitor se formó durante su niñez, es probable que haya más confianza. Pero
si la unión se da durante la adolescencia, el escenario puede ser más
conflictivo".
Uno de los errores más frecuentes, según los especialistas, es la desautorización mutua entre los adultos. Cuando uno de ellos impone un límite y el otro lo contradice delante del niño o adolescente, se instala una grieta difícil de reparar. Por eso, insisten, los temas delicados deben discutirse primero en privado entre los adultos, para luego consensuar el mensaje que se transmitirá a los hijos.
Otro punto crucial es no colocar en los hijos la
carga emocional del conflicto entre los padres. "Muchas veces, cuando hay mala
relación con la ex pareja, se genera una alianza en contra del otro progenitor.
Y en ese triángulo, los hijos quedan en el medio, obligados a elegir bandos o a
tolerar comentarios hirientes sobre alguien a quien siguen queriendo", describe
Abadi.
Del mismo modo, es un error frecuente asumir que la
nueva pareja debe ocupar un rol parental completo. "No se trata de ser la
'madrastra buena' ni la 'mala', ni el 'nuevo papá'. Se trata de construir un
vínculo propio con esos chicos, con tiempo, respeto y coherencia", resume Ruda.
Y agrega: "No hay que tomarse de manera personal las reacciones del
adolescente, muchas veces son la expresión de un duelo que aún no terminó".
Para evitar conflictos, las reglas de convivencia
deben ser claras, conocidas por todos y aplicadas sin hacer diferencias entre
hijos propios y ajenos. "Establecer normas no es una cuestión de poder, sino de
cuidado. Y ese cuidado debe ser compartido", destaca Saiz Finzi.
Algunas estrategias pueden contribuir a mejorar la
dinámica familiar: establecer espacios de diálogo frecuente entre los adultos,
acordar previamente qué situaciones manejará cada uno, evitar decisiones
impulsivas que pongan en riesgo la relación de pareja, y comprender que los
vínculos, como cualquier construcción, requieren tiempo y compromiso.
El ensamble, en definitiva, no se impone: se teje. A
veces lentamente, con avances y retrocesos. Lo importante, coinciden los
especialistas, es que los adultos actúen con responsabilidad afectiva, no solo
con su pareja sino también con los hijos -propios o no- que forman parte de ese
nuevo hogar.
En el consultorio, no es raro que adolescentes
expresen enojo porque sienten que sus padres priorizaron a su nueva pareja por
sobre ellos. Tampoco faltan quienes encuentran en esa persona nueva una aliada,
un modelo, un referente. Lo cierto es que no hay fórmulas. Hay trayectorias
singulares, tejidos familiares únicos que, como tales, deben respetarse,
pensarse y cuidarse.
Lo que sí puede afirmarse es que, cuando el deseo de
construir se sostiene, incluso las piezas más dispares pueden encontrar un
lugar. Porque, como señala Ruda, "si elegimos a alguien como pareja, es porque
creemos que vale la pena superar obstáculos. Y en ese proceso, ceder no
significa perder, sino construir algo nuevo entre todos".
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30 de junio de 2025
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