18/06/2025
En un contexto de incertidumbre económica y malestar social, cada vez más argentinos recurren al psicoanálisis y otras terapias para enfrentar la ansiedad, la tristeza y el desgaste emocional. Qué dicen los especialistas sobre esta demanda creciente y cómo se refleja el estado de ánimo colectivo en los consultorios.
En contextos de crisis profundas, no solo se tambalean las estructuras económicas o políticas. También lo hacen las subjetividades. En la Argentina actual, donde la inflación erosiona el presente y el futuro parece cada vez más incierto, los consultorios de psicoanálisis viven un fenómeno particular: aumentan las consultas, pero no siempre los pacientes pueden sostenerlas. Aun así, el deseo de hablar de ser escuchado, de poner en palabras el sufrimiento se mantiene como una necesidad urgente.
Psicoanalistas de
distintas corrientes coinciden en que los motivos de consulta han cambiado en
los últimos años. Si bien los clásicos síntomas del malestar psíquico siguen
presentes ansiedad, insomnio, angustia, ataques de pánico, depresiones, hoy se
presentan de forma más difusa, más atomizada. Muchos pacientes no saben
exactamente por qué llegan al diván. Hablan de agotamiento, de sensación de no
pertenecer, de una tristeza sin causa aparente. "Es como si la angustia flotara
en el aire", resume una analista del conurbano bonaerense.
La crisis económica
atraviesa todo. El dinero ya no es solo un tema más de las sesiones, sino un
condicionante central. "Muchos pacientes me preguntan si puedo atenderlos menos
veces al mes, o si podemos hacer sesiones más cortas", cuenta Martín, psicólogo
con diez años de experiencia. "No es que no quieran seguir, es que no pueden
pagar. Pero el malestar está más presente que nunca".
Aun con estos
obstáculos, el psicoanálisis no ha perdido terreno. De hecho, ha ganado un
nuevo valor frente a discursos que prometen soluciones rápidas o superficiales.
En tiempos donde proliferan los coaching motivacionales, las apps de bienestar
emocional y los tutoriales de autoayuda, la apuesta por la escucha sin juicios
y por el tiempo del inconsciente se vuelve casi subversiva.
En palabras del propio Freud, el psicoanálisis no busca eliminar el sufrimiento, sino permitirle al sujeto encontrar un sentido, reconfigurar su posición frente a lo que duele. Hoy más que nunca, esa posibilidad parece necesaria. Frente a un mundo que exige productividad constante, positividad forzada y certezas absolutas, el espacio analítico ofrece otra cosa: la posibilidad de hablar desde la verdad de cada uno, sin promesas, pero con responsabilidad.
También hay una dimensión social del análisis que no se puede ignorar. El diván se convierte, muchas veces, en un espacio donde se tramitan no solo conflictos personales, sino también los coletazos de una sociedad en tensión. La violencia política, la precariedad laboral, la soledad de las grandes ciudades, el colapso ambiental, la aceleración tecnológica: todo eso impacta en lo psíquico y encuentra su lugar, tarde o temprano, en la sesión.
Las nuevas
generaciones, formadas en un mundo hiperconectado y fragmentado, también llegan
a los consultorios. Lo hacen con sus propios códigos, sus palabras, sus
preguntas. Hablan de ansiedad, pero también de identidad, de cuerpos que no
encajan, de mandatos imposibles. Y si bien la virtualidad permitió mantener el
vínculo terapéutico durante la pandemia, muchos de estos jóvenes piden volver
al espacio físico: el encuentro cara a cara, la escucha en tiempo real, el
cuerpo presente.
En un país con una
larga tradición psicoanalítica como la Argentina único en el mundo con tantos
analistas per cápita, la práctica resiste, se adapta, se cuestiona. Los
analistas también se enfrentan a sus propias crisis: económicas,
institucionales, éticas. Pero siguen. Porque lo que ofrecen, en última instancia,
no es solo un tratamiento. Es una forma de pensar, de vivir, de no ceder frente
al discurso de la urgencia y la inmediatez.
En tiempos de crisis,
el psicoanálisis funciona como espejo: refleja, pero también interpela. No da
respuestas cerradas, pero abre preguntas necesarias. En medio del ruido social,
de la furia, del miedo, sigue apostando a algo simple y radical: que cada uno
pueda decir su verdad, y a partir de ahí, construir algo distinto. Aunque
duela. Aunque cueste. Aunque todo parezca derrumbarse.
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