18/07/2025

El Bona

OnlyFans: una mirada al cruce entre tecnología, erotismo y economía informal

El fenómeno expone tensiones entre empoderamiento y precarización, y cuestiona los límites del trabajo sexual en entornos virtuales.

En una habitación apenas iluminada por luces LED, una joven acomoda su teléfono sobre un trípode y revisa su imagen en la pantalla. Viste lencería, pero su tono es más de rutina que de seducción: ajusta el encuadre, prueba el audio, se conecta a la plataforma. Es martes, son las 11 de la noche y está por comenzar una transmisión en OnlyFans, un sitio que en los últimos años se ha convertido en un fenómeno global donde se cruzan la tecnología, el erotismo y la economía informal.

ONLYFANS Y LA MERCANTILIZACIÓN DE LA INTIMIDAD - Apuntes de trabajo Social

La escena, cada vez más común, no ocurre en estudios profesionales ni bajo contratos con agencias. Sucede en casas, departamentos o habitaciones alquiladas por horas. Para muchas personas, OnlyFans representa una vía rápida aunque no exenta de tensiones para generar ingresos en contextos de precariedad económica. El modelo es directo: contenido exclusivo a cambio de una suscripción mensual, una lógica que rompe con los intermediarios tradicionales de la industria del entretenimiento para adultos y desplaza el consumo a espacios privados y personalizados.

Detrás de esa pantalla no hay celebridades ni actores profesionales, aunque también los hay. Lo que predomina son personas comunes, muchas veces jóvenes, que monetizan su imagen y su intimidad. Algunos lo hacen como estrategia de subsistencia, otros como búsqueda de autonomía económica o como expresión performática. En todos los casos, se trata de una decisión cargada de implicancias: emocionales, sociales, laborales y legales.

La tecnología digital no solo ha redefinido los canales de producción y distribución de contenido erótico, sino también las fronteras del trabajo. OnlyFans funciona como una plataforma de suscripción paga, pero también como una red social y un espacio de autogestión. El usuario produce, edita, publica, responde mensajes y administra cobros. No hay jefes, pero tampoco derechos laborales, seguridad social ni protección frente al acoso. La libertad aparente viene acompañada de un sistema en el que cada creador es, al mismo tiempo, su propia empresa.

Ese nuevo orden genera un fenómeno ambivalente. Por un lado, hay relatos de empoderamiento económico, sobre todo en sectores históricamente excluidos del mercado formal. Por otro, surgen situaciones de sobreexposición, vulnerabilidad digital y problemas de salud mental derivados del estrés constante por sostener la atención de los suscriptores, que en muchos casos se comportan con exigencia, como si su pago diera derecho a una relación afectiva o sexualizada más allá del acuerdo implícito.

CONFERENCIA: ONLY FANS. UN ESPACIO BLANQUEADO DEL NEGOCIO DEL SEXO

En países atravesados por crisis económicas, como la Argentina, OnlyFans se ha instalado con fuerza en los márgenes de la economía tradicional. Muchas de sus usuarias en su mayoría mujeres, aunque no exclusivamente provienen de entornos donde la informalidad laboral es la norma. La plataforma, entonces, aparece como una posibilidad ante la falta de alternativas estables, pero no necesariamente como una elección libre de condicionamientos. Para algunas, es una estrategia de transición; para otras, una vía definitiva de sustento.

El fenómeno también tensiona las nociones de trabajo y explotación. ¿Es trabajo sexual? ¿Es producción de contenido? ¿Es una expresión artística o un negocio algorítmico? Las respuestas varían según quién lo mire, pero en todos los casos plantea interrogantes sobre el consentimiento, los derechos digitales y el impacto del capitalismo de plataformas en los cuerpos y las emociones.

Mientras tanto, el negocio crece. Según estimaciones internacionales, OnlyFans superó los 200 millones de usuarios registrados y genera miles de millones de dólares anuales, de los cuales un porcentaje -el 20%- queda para la empresa, que actúa como intermediaria tecnológica. El resto se distribuye entre los creadores, en un esquema que favorece a quienes tienen mayor visibilidad o capacidad de producción constante, generando también una lógica de competencia y diferenciación que empuja a muchos a exponerse más allá de sus límites.

En este cruce entre tecnología, erotismo y economía informal, no hay reglas claras ni garantías. Solo hay cuerpos, pantallas y algoritmos que definen la visibilidad, y con ella, la posibilidad de sostener una fuente de ingreso. Es un sistema que promete independencia pero impone exigencias, y que sigue creciendo en un mundo donde el deseo, el dinero y la identidad confluyen en una misma suscripción.

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