06/06/2025
Aunque el fútbol despierta pasiones y mueve multitudes, detrás de la gloria y el espectáculo muchos jugadores atraviesan cuadros de ansiedad, soledad y depresión. La presión del alto rendimiento, las lesiones, el retiro y el miedo al fracaso son algunos de los factores que afectan la salud mental en el deporte más popular del mundo.
Durante el torneo de Roland Garros en mayo de 2021, la número 2 del mundo, Naomi Osaka, sorprendió al anunciar su retiro del certamen y una pausa indefinida en la competencia profesional. La razón no fue una lesión física, sino un cuadro depresivo que arrastraba desde 2018, año en el que conquistó el US Open y alcanzó la cima del tenis mundial. Su testimonio conmovió al mundo del deporte y abrió un debate necesario: la salud mental de los deportistas sigue siendo un tema invisibilizado, pese a la creciente presión y exposición mediática que enfrentan.
La noticia, lejos de ser un hecho aislado, evidenció
la fragilidad emocional que puede habitar incluso en las figuras más exitosas
del deporte. Desde fuera, el imaginario popular tiende a asociar la vida de los
deportistas de élite con fama, dinero y reconocimiento, dejando de lado la
exigencia extrema, la soledad y el temor constante al fracaso que muchas veces
enfrentan. Osaka, al poner en palabras su sufrimiento, expuso esa otra cara del
deporte que pocas veces se visibiliza: la lucha interna, silenciosa, que no
aparece en las estadísticas ni en los podios.
No es la primera vez que figuras de renombre hacen
pública su batalla con trastornos mentales. Michael Phelps, Billie Jean King,
Andrés Iniesta o Jesús Navas, entre otros, han reconocido atravesar crisis
emocionales profundas en medio o después de sus carreras. Pero ¿qué ocurre con
aquellos que no tienen visibilidad mediática ni el respaldo de una carrera
consolidada? ¿Quién cuida la salud mental de los deportistas en formación o en
circuitos menores?
Durante Roland Garros, Osaka fue sancionada
económicamente por negarse a asistir a las conferencias de prensa tras su
partido contra María Patricia Tig. Los organizadores del torneo argumentaron
que respetaban la salud mental de los tenistas, aunque la medida represiva
contradecía esa postura. Más tarde, prometieron implementar medidas para
acompañar emocionalmente a los deportistas. Sin embargo, el caso Osaka dejó
expuesta una deuda profunda: en los estamentos deportivos, la salud física
cuenta con estructuras y protocolos establecidos, mientras que la salud mental
continúa relegada.
El estrés competitivo, el miedo al error, la presión
de los patrocinadores y el constante escrutinio de la opinión pública son solo
algunos de los factores que, sin herramientas adecuadas, pueden derivar en
cuadros de ansiedad o depresión. A ello se suma el fenómeno amplificado de las
redes sociales, donde la crítica y el acoso están a un clic de distancia, las
24 horas del día. Para muchos atletas jóvenes, que desde la infancia viven bajo
expectativas desmesuradas, esto puede resultar devastador.
El entorno muchas veces no colabora. Al tratar de
mantener una imagen fuerte y competitiva, muchos deportistas eligen callar lo
que sienten por miedo al juicio o al estigma. Incluso familiares, entrenadores
o compañeros pueden desestimar los síntomas, alimentando una cultura del
rendimiento que premia la resistencia física pero penaliza la vulnerabilidad
emocional.
El deporte ha sido históricamente vinculado con valores como el sacrificio, la disciplina y la superación. Estos ideales han construido una figura del deportista como héroe, invulnerable, alguien que no puede -ni debe- flaquear. Pero esta imagen es peligrosa si deshumaniza a quienes hay detrás: hombres y mujeres que, como cualquier persona, tienen familia, emociones, miedos y momentos de debilidad.
Muchos clubes deportivos cuentan con psicólogos en
sus equipos técnicos. Sin embargo, su función suele limitarse a tareas de
motivación o preparación para el alto rendimiento. Sería deseable que estas
figuras profesionales asumieran también un rol activo en la prevención,
detección y tratamiento de trastornos mentales, y fueran considerados parte del
equipo médico con el mismo nivel de relevancia que fisioterapeutas o nutricionistas.
La situación no afecta únicamente a la élite. El
fenómeno del hiperentrenamiento emocional comienza desde muy temprano. En las
divisiones juveniles de distintas disciplinas, los chicos y chicas enfrentan
desde los 12 años presiones vinculadas al rendimiento, la posibilidad de fichar
por un club grande o incluso de conseguir representantes. Este fenómeno, en
alza, transforma la formación deportiva en un mercado cada vez más competitivo
y menos humano, en el que los sueños pueden volverse cargas y los proyectos de
vida, apuestas económicas de terceros.
El caso de Naomi Osaka debería marcar un antes y un
después. Más que una anécdota, es un llamado de atención a federaciones,
dirigentes, entrenadores, padres y medios de comunicación. La salud mental debe
dejar de ser un tema tabú en el deporte y comenzar a ocupar el lugar que
merece: el de una dimensión esencial del bienestar del deportista.
Porque detrás de cada récord, cada título y cada
medalla, hay una persona. Y si no cuidamos eso, el deporte pierde su sentido
más profundo.
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6 de junio de 2025
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