06/06/2025

El Bona

Adopción en Argentina: burocracia, demoras y un sistema que no funciona

¿Por qué existen tantas familias dispuestas a adoptar y, al mismo tiempo, tantos niños esperando ser adoptados? La respuesta a este aparente contraste revela un sistema de adopción que, aunque busca ser riguroso y protector, avanza con una lentitud que muchas veces frustra los vínculos esperados.

En Argentina, miles de niños y niñas viven en hogares institucionales a la espera de una familia que los acoja, mientras cientos de personas esperan la oportunidad de adoptar. Sin embargo, el camino que conecta esas dos realidades es largo, complejo y, muchas veces, frustrante. Aunque el sistema de adopción está diseñado para garantizar la protección de los derechos de la infancia, no son pocas las voces que advierten que, en la práctica, ese mismo sistema puede volverse un obstáculo para lograr lo que todos los involucrados desean: una familia.

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Desde distintas disciplinas, profesionales como abogados y psicólogos coinciden en que el proceso de adopción no puede ser simple ni apresurado. Se trata, ante todo, de un acto profundamente humano, que requiere de cuidado, evaluación y tiempo. Pero también reconocen que, en su afán de ser exhaustivo, el sistema muchas veces resulta burocrático y desalentador.

Verónica Suárez, psicóloga del Consejo de Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, explica que la adopción debe pensarse como un derecho del niño a desarrollarse en un entorno familiar estable, y no como una solución a la imposibilidad de un adulto de tener hijos. "El proceso de adopción no es solo legal, es emocional, vincular y social", afirma. La evaluación rigurosa que exige el sistema tiene como fin garantizar que el nuevo entorno del niño sea seguro, saludable y amoroso. "No se trata de buscar una familia para cada adulto que quiera adoptar, sino de encontrar la mejor familia posible para cada niño que la necesita", remarca.

Sin embargo, uno de los principales desafíos es la escasa disponibilidad adoptiva frente a la realidad concreta de los chicos en espera. "La mayoría de las familias que se inscriben en el RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos) quieren bebés o niños muy pequeños. Son muy pocos los que están dispuestos a adoptar a adolescentes, grupos de hermanos o niños con alguna patología de salud", advierte Nicole Fanzini, abogada del mismo consejo. Según datos oficiales, mientras que el 85% de los postulantes espera niños de entre 1 y 3 años, apenas el 0,54% acepta adolescentes de 14 años.

Esta brecha entre expectativas y realidades genera un cuello de botella difícil de resolver. A ello se suma otro dato preocupante: las inscripciones para adoptar han caído significativamente. En 2018 se registraron 4.580 solicitantes en todo el país, mientras que en 2023 solo había 2.459 legajos, de los cuales menos de la mitad estaban activos. La caída, cercana al 65%, muestra un desinterés creciente que podría deberse tanto a la falta de información como al desgaste emocional que provoca la espera.

Para Fanzini, la solución pasa por un cambio cultural. "Es fundamental promover la adopción de niños más grandes, con condiciones especiales o que tienen hermanos. Pero para eso hacen falta campañas de concientización que ayuden a visibilizar esta realidad y a sensibilizar a la sociedad", propone. Los expertos insisten en que no se trata de apresurar los tiempos, sino de repensar los mecanismos actuales para que no se transformen en laberintos sin salida.

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Quienes han atravesado el proceso en carne propia dan cuenta de estas dificultades. Marisa, que adoptó a sus hijos en 1996 en Catamarca, cuenta que en ese momento ni siquiera existía un registro nacional y que todo dependía de contactos e información informal. Hoy acompaña a otras familias que buscan adoptar y ve cómo la espera interminable las desalienta. "El sistema, con la excusa de proteger los derechos del niño, muchas veces termina vulnerándolos. Un niño en una institución no es considerado en estado de adoptabilidad si un familiar lo visita una vez cada seis meses. Mientras tanto, ese chico va creciendo y perdiendo oportunidades de tener una familia", lamenta.

También denuncia que la falta de visibilidad del tema es un problema en sí mismo. "A nadie parece importarle, salvo a los que están esperando adoptar y a los propios niños. Es un tema que debería estar en la agenda del Estado y, sin embargo, ni aparece", sostiene.

Juliana y Nacho, una pareja de Quilmes, vivieron una espera de diez años hasta que pudieron adoptar a su hijo, Nicolás. A pesar de haber cumplido con todos los requisitos, su edad fue un obstáculo en el juzgado, que les informó que priorizaban postulantes más jóvenes. "Nos pedían todo: ingresos, salud mental, física, papeles que después ni te dicen si vieron. Pasan los años y no sabés si existís para el sistema", cuenta Juliana.

La historia de ellos es un testimonio más sobre cómo el deseo profundo de formar una familia puede chocar con procesos excesivamente prolongados. "Los procedimientos deberían ser más rápidos. Es mucho tiempo para los chicos y también para quienes los estamos esperando", expresó Nacho.

El sistema de adopción debe ser cuidadoso y proteger a los más vulnerables. Pero también necesita ser dinámico, humano y justo. Hoy, la paradoja es clara: hay niños esperando una familia y familias esperando un niño. Lo que falta es acortar esa distancia sin perder el cuidado, pero ganando en empatía, agilidad y decisión.

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