09/06/2025
El psicólogo Ramiro Garzaniti y el comunicador Vicente Garay reflexionaron sobre la relación entre las masculinidades tradicionales y contemporáneas, y su influencia en la salud mental y en las dinámicas sociales.
A fines de los años 70, The Cure lanzaba Boys Don't Cry, una canción que se convirtió en himno generacional. La voz melancólica de Robert Smith contaba la historia de un hombre abandonado por su pareja, que, pese al dolor, decide esconder sus lágrimas. No por orgullo, sino porque ha aprendido que un "verdadero hombre" no llora, mucho menos frente a una mujer. Aquella letra, con su aparente sencillez, ponía en evidencia una consigna cultural que sigue vigente: la emoción masculina es sinónimo de debilidad.
El mandato de la dureza emocional sigue operando con
fuerza en el presente, y se vincula directamente con un modelo de masculinidad
que durante décadas definió lo que se espera de un varón. Según explicó el
psicólogo y docente Ramiro Garzaniti, "el problema para cualquier hombre que no
actúe en concordancia con lo que la sociedad espera de él es que lo van a
tildar de poco hombre, y puede provocar el rechazo de su familia o su grupo de
pares".
Esa construcción, hoy reconocida como "masculinidad
hegemónica", fue conceptualizada en los años 80 por la socióloga australiana
Raewyn Connell. Se trata de un modelo dominante que promueve el control de los
hombres sobre las mujeres y otras identidades no normativas, validado por
instituciones y prácticas sociales. Aunque el contexto histórico haya cambiado,
los privilegios y tensiones que este patrón genera siguen presentes.
Un informe del Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) de 2023 confirma que los estereotipos de género aún
persisten a nivel global: la mitad de la población mundial cree que los hombres
son mejores líderes políticos, y más del 40 % considera que son superiores como
ejecutivos. Esto también se refleja en la brecha salarial, que permanece en un
39 % a favor de los varones.
Sin embargo, hablar de masculinidad también implica
reconocer sus efectos sobre quienes la encarnan. "Más allá de que la sociedad
fue construida por y para hombres heterosexuales, ellos también son víctimas
del sistema patriarcal que les exige determinadas formas de actuar en la vida",
afirma Garzaniti, quien además se desempeña como secretario académico en la
Federación Argentina LGBT.
Los datos aportados por la Organización Mundial de
la Salud (OMS) son contundentes: los hombres viven, en promedio, 4,4 años menos
que las mujeres. El 79 % de las personas que se suicidan en el mundo son
varones, y la tasa de mortalidad por homicidio también es cuatro veces mayor.
En Argentina, el Ministerio de Salud confirmó que entre 2010 y 2019 hubo más de
85.000 suicidios, y casi el 79 % fueron de hombres.
Esta realidad invita a repensar la masculinidad como
una estructura que no solo oprime a otros géneros, sino que impone a los
propios varones una serie de restricciones que afectan su salud mental, física
y emocional. ¿Es posible construir nuevas formas de ser varón?
Para Vicente Garay, licenciado en comunicación y coordinador del Programa Universitario de Promoción de Masculinidad(es) para la Igualdad de Género en la Universidad Nacional de La Plata, el objetivo no es diseñar un nuevo modelo, sino cuestionar el vigente. "No se trata de reemplazar una masculinidad por otra, sino de desnaturalizar los mandatos que reproducen la violencia y abrir espacios para otras formas de ser", señaló.
En este sentido, los movimientos feministas y de
diversidad sexual han cumplido un rol clave. Su irrupción permitió que se
habiliten políticas públicas, como la creación de la Dirección de Promoción de
Masculinidades en la provincia de Buenos Aires, que articula acciones para
trabajar con varones desde una perspectiva de género. Lejos de un enfoque
punitivo, se apunta a la reflexión y transformación como herramientas para
prevenir la violencia.
"El debate sobre masculinidades está directamente
vinculado a la lucha contra la violencia de género. No alcanza con atender a
quienes la sufren, también es necesario trabajar con quienes la ejercen. Y para
eso se necesita una mirada integral, que promueva el cuestionamiento, el
diálogo y el cambio", enfatiza Garay.
En este proceso, la crianza aparece como un punto de
partida crucial. Garzaniti subraya la importancia de no vincular el sexo
biológico con roles sociales impuestos desde la infancia. "Romper con los
estereotipos restrictivos y fomentar una masculinidad más inclusiva y saludable
permitirá construir una sociedad en la que todos puedan vivir con plenitud
emocional, más allá del género".
Mientras tanto, en muchas casas y escuelas todavía
se escucha aquello de que "los chicos no lloran". Pero cada vez más voces, en
distintos ámbitos, están dispuestas a desmentirlo. Y si bien el camino hacia
una masculinidad libre de mandatos opresivos es largo, la conversación ya
comenzó.
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9 de junio de 2025
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