09/06/2025

El Bona

Armarse por dentro: la terapia que se construye con LEGO

El juego colaborativo para personas con autismo confirma que las habilidades sociales también se pueden construir.

En una sala repleta de ladrillos de colores que se encastran con precisión casi matemática, dos adolescentes comparten silencios, miradas y decisiones. No hablan demasiado, pero se entienden. Están construyendo algo más que una estructura: están construyendo un vínculo. En este espacio, los bloques LEGO® se transforman en una herramienta terapéutica que permite a personas dentro del espectro autista desarrollar habilidades sociales, uno de los aspectos más desafiantes de su vida cotidiana.

La relación entre los icónicos ladrillos y el autismo no es nueva, pero sí cada vez más reconocida y respaldada por la evidencia científica. Fue a fines de los años noventa cuando el neuropediatra Dan Le Goff, en Filadelfia, observó que dos de sus pacientes con Síndrome de Asperger lograban interactuar espontáneamente mientras jugaban con piezas de LEGO®. A partir de esa experiencia desarrolló un método terapéutico que más tarde fue avalado por investigaciones de las universidades de Oxford y Cambridge: la Lego-Based Therapy, o Terapia basada en Lego.

En la actualidad, esta propuesta se expande en distintos países y encuentra aplicación en Argentina, donde profesionales como Luciano Bongiovani -psicólogo especializado en autismo- lideran equipos que trabajan con niños y adolescentes para enseñarles a relacionarse. En su espacio terapéutico ubicado en Ramos Mejía, zona oeste del conurbano bonaerense, se despliegan escenas en las que el juego se convierte en lenguaje.

"La letra E de 'espectro' nos ayuda a entender que hay una enorme diversidad. Hay personas con autismo que no hablan y otras con lenguaje muy fluido; algunas presentan conductas autolesivas y otras no tienen dificultades visibles en su comportamiento. El autismo no se define por una conducta única", señala Bongiovani.

La terapia con LEGO® se basa en roles asignados: el ingeniero da las instrucciones, el proveedor busca las piezas y el constructor las ensambla. Estas funciones rotan para favorecer la comunicación, el respeto de turnos, la resolución de conflictos y el trabajo en equipo. Lo que en otro contexto puede resultar una barrera, aquí se transforma en una oportunidad de crecimiento.

"Trabajar el lenguaje no verbal es clave. Los chicos aprenden a mirar al otro, a leer gestos, a estar atentos sin necesidad de que alguien se los diga", explica Lourdes Calderón, licenciada en psicomotricidad y miembro de Forum Infancia. "Un niño necesita jugar. Es su forma natural de comunicar lo que le pasa. Las torres que construyen y derriban una y otra vez no son solo juegos: son escenas simbólicas que expresan emociones profundas".

Para muchos niños, esta terapia representa el primer puente hacia la interacción social. Fabricio, de 17 años, y Juan, de 13, comparten cada semana sesiones donde, entre bloques, logran hacer equipo. En una de ellas, ante la ausencia de un tercer compañero, deciden crear libremente sin instrucciones. Fabricio, tímido pero seguro de su trabajo, muestra con orgullo un corto animado de King Kong LEGO que filmó y editó solo. Luego, vuelve a su mundo silencioso, dibujando junto a su compañero.

"La terapia permite visibilizar fortalezas que en otros entornos no se ven. Como muchas personas con autismo son pensadores visuales, este tipo de actividad viso-constructiva les resulta más accesible que el lenguaje verbal", remarca Bongiovani. "Lo importante es que logren involucrarse con otros, participar de una actividad conjunta, compartir un objetivo".

Ese sentido de pertenencia es esencial. En Club LEGO®, explica el terapeuta, muchas veces los niños deciden no construir porque prefieren hacer otra cosa juntos. "Y está bien. Eso también es socialización. Están tomando decisiones en equipo, considerando al otro. Es lo que buscamos".

El impacto de este enfoque se extiende más allá de las sesiones. Juan Manuel Bula, periodista de Hernandarias, Entre Ríos, cuenta la experiencia de su hija Bianca, de 11 años, diagnosticada con TEA a los cuatro. "Hizo terapia individual, pero también sesiones grupales, donde ayudaba y se dejaba ayudar. Eso fue clave. Hoy va a una escuela común, es la única con TEA en su grado y está terminando la primaria".

Bula y su esposa apostaron a la inclusión desde el primer momento. "Siempre intentamos que lleve una vida lo más normal posible. Aunque hay cosas que la afectan sensorialmente, ya sabe expresarse, decir lo que no le gusta. Eso antes era impensado".

En "Equipo Cresiendo", el espacio terapéutico que dirige Bongiovani, muchos adolescentes y adultos que pasaron por el tratamiento regresan como coterapeutas. "Poder transmitir su experiencia a otros es muy valioso. A veces vuelven por nuevas etapas, como formar pareja. Y ahí también hay que trabajar habilidades sociales".

Las diferencias entre quienes han sido acompañados desde la infancia y quienes no son notorias. El mundo social está lleno de matices, emociones complejas y dinámicas cambiantes que para alguien con autismo representan un desafío continuo. Pero también una posibilidad. "Yo me emociono cuando veo que los chicos se van juntos después de una sesión. Es algo que para mí fue natural con mis amigos del colegio, pero para ellos no lo es. Y cuando sucede, es una victoria", confiesa el psicólogo.

El trabajo con habilidades sociales, concluye, requiere observar más allá del juego estructurado, porque los verdaderos aprendizajes aparecen en la interacción espontánea. "En la vida no existe ninguna tarea que no tenga que ver con un entorno social. Por eso no negocio esta parte de la terapia. Hay que ponerlos en contacto con otros. Solo ahí aparece lo que hay que trabajar".

En ese universo de bloques encastrables, colores brillantes y piezas que van tomando forma, lo que se construye no son solo estructuras: son vínculos, confianza y autonomía. Un espacio donde la diferencia no es obstáculo, sino punto de partida.

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