23/05/2025
El Mundial de Qatar 2022 fue mucho más que una competencia deportiva: fue un reflejo profundo de nuestra identidad nacional, una muestra contundente de perseverancia y esfuerzo colectivo. Más allá del fútbol, nos dejó una enseñanza valiosa sobre el valor de la constancia, la pasión y la unidad frente a las dificultades, lecciones que trascienden el deporte y se trasladan a todos los ámbitos de la vida, especialmente la educación.
Lo evidente: el Mundial en Argentina trasciende la mera competencia deportiva. Es mucho más que un torneo o que el fútbol en sí. Representa un momento de identidad, un encuentro con lo nuestro, un espacio para la obsesión argentina con su ser nacional.
El Mundial es tensión, amor, euforia, llanto y frustración.
En nuestro país, no hablamos de un deporte; va mucho más allá de eso. Nos
representa la vida disfrazada de juego, y con ella todas sus aristas: el éxito
y el fracaso, el esfuerzo que da frutos, como aquel que termina en frustración,
la victoria legítima y la injusta, los merecimientos y el oportunismo, lo
individual y lo colectivo, la memoria, la gloria y el ostracismo; en fin, la
vida.
Por eso lloramos y nos abrazamos. Construimos una casa de
identidad sobre el terreno de una competencia deportiva que nos obsesiona. Será
para un interesante análisis freudiano, pero, al margen, la única verdad es la
realidad, y lo que vemos es un pueblo que se encontró en amor y fraternidad a
pesar de sus dificultades.
No, aquí nadie habla de fútbol. Y es en virtud de esa
realidad que el domingo 18 de diciembre de 2022 culminó un proceso que puede
enseñarnos mucho más que el valor de 26 hombres que se jugaron la vida en el
verde césped del desierto: constancia.
Nada que en la vida valga la pena se obtiene fácil. Ningún
oficio se aprende rápidamente, ninguna victoria es casual. Hay, en cada uno de
los aspectos deportivos (como en la vida), decisiones, empeño y sacrificios
personales que conforman el triunfo.
No es sencillo hacer una carrera universitaria, como tampoco es fácil terminar el colegio de adulto, no es simple aprender a enseñar bien en las aulas: cada una de las metas de los educadores y los educandos está condicionada por la constancia y el empeño. La voluntad de conseguir aquello que anhelamos es el escudo contra la frustración y, en especial, los sacrificios que hacemos para alcanzar nuestras metas. Perseverar es intentarlo una y otra vez, es probarnos obsesivamente a nosotros mismos que somos capaces.
Miles de textos serán escritos sobre la victoria de la
Selección Argentina en Qatar, su osadía, su resiliencia, su construcción
paulatina de una derrota impensada hacia la máxima de las victorias.
Creemos que, como educadores, es quizás un buen aporte recordar
lo siguiente: un señor de 35 años, con todas las posibilidades de la vida
cubiertas con una holgada comodidad, se embarca en el quinto intento de
conseguir un título que le costó, en el camino, un sinfín de amarguras y de
ingratitudes. Un entrenador de 44 años, sin experiencia en la dirección de
equipos mayores, soportó la duda sobre su capacidad de conducción a pesar de su
probada formación deportiva. Ninguno de ellos abandonó. Y a pesar del miedo, de
los sacrificios y del dolor, siguieron no solo adelante, sino guiando y
contagiando a sus compañeros, porque sí, el esfuerzo contagia.
Es sabido que, "el que abandona no tiene premio"; sin
embargo, el recorrido es un camino de espinas muy difícil de atravesar. Es
este, quizás, el mensaje que podemos llevar a las aulas (y a casi cualquier
aspecto de la vida): perseverar. No abandonen la carrera, terminen el colegio,
sigan capacitándose, aprendiendo oficios, siendo mejores docentes. No nos
conformemos, que nada que valga la pena se obtiene sin (¿dolor?), pero fundamentalmente:
seguir intentándolo.
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