27/06/2025

El Bona

Compañeros del alma: el poder transformador de las mascotas

Aunque rara vez se dice en voz alta, llegar a casa tras un día agitado y ser recibido por una mascota con entusiasmo desbordante es mucho más que un momento tierno: puede convertirse en una fuente silenciosa y constante de bienestar. Su presencia va más allá de la simple compañía. Los animales impactan directamente en nuestro estado emocional, en nuestra salud física e incluso en la forma en que se organiza la vida familiar.

En la plaza de un barrio cualquiera, una mujer camina lentamente con un perro mestizo que la sigue con devoción. No lleva correa; no hace falta. "Desde que llegó, ya no me siento sola", dice ella, y acaricia la cabeza del animal que, aunque no puede hablar, parece entenderlo todo. Se llama Coco, y la acompaña desde hace tres inviernos, cuando enviudó. "Me sacó de la cama, del silencio, de mí misma", resume, sin dramatismo pero con una certeza inquebrantable.

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Las historias como la de Coco se repiten a lo largo y ancho del país. Mascotas que no solo ocupan un lugar en el hogar, sino que lo transforman. Compañeros del alma que curan heridas invisibles, que alivian la tristeza, que devuelven rutinas y afecto en su estado más puro. En tiempos donde el estrés, la ansiedad y la soledad parecen instalarse como parte del paisaje moderno, los animales domésticos se vuelven más que compañía: son, en muchos casos, una forma de resiliencia.

No hace falta mucho para comprobarlo. En los consultorios de psicología, cada vez más pacientes hablan de sus perros o gatos como parte clave de su bienestar emocional. "Después de una ruptura, de una pérdida o en medio de una depresión, el vínculo con una mascota puede convertirse en una ancla. Una forma de sostén", explica la licenciada Clara Nogueira, psicóloga especializada en vínculos afectivos. "No hay juicio, no hay exigencia, solo presencia. Y eso, en un momento de crisis, es muchísimo".

Lo saben también en los hospitales y residencias de adultos mayores, donde desde hace algunos años proliferan programas de asistencia con animales. Perros entrenados para visitar pacientes oncológicos, niños con trastornos del espectro autista o personas mayores que padecen demencia. "Cuando entra el perro, cambia todo. Se relajan, se conectan. A veces pronuncian palabras que no decían desde hacía meses", relata una terapista ocupacional del Hospital de Clínicas.

La ciencia acompaña lo que tantos sienten en carne propia. Numerosos estudios han demostrado que convivir con una mascota reduce los niveles de cortisol (la hormona del estrés), mejora el ritmo cardíaco y promueve la liberación de oxitocina, asociada al bienestar emocional. Pero más allá de lo medible, hay una dimensión afectiva que escapa a las cifras y se instala en los gestos más pequeños: un gato que espera del otro lado de la puerta, un perro que se lanza a abrazar apenas suena la llave, un loro que repite con ternura frases olvidadas.

En la otra punta de la ciudad, Lucas, un adolescente de 15 años, cuenta que su perra Nala fue lo único que no lo soltó cuando tuvo que mudarse de provincia tras el divorcio de sus padres. "Ella estaba ahí. Yo lloraba y ella se subía a la cama. No me decía nada, pero sabía", dice. En la mochila lleva un llavero con su foto. No se despega de ella ni siquiera en vacaciones. "Es mi familia. Más que algunos parientes", confiesa.

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La pandemia también dejó huellas en este vínculo. Durante los meses más duros del aislamiento, miles de personas encontraron en sus mascotas un motivo para levantarse, para salir a caminar, para sonreír. Las adopciones crecieron y muchos descubrieron que, más allá de la ternura o el juego, había una forma de amor incondicional que no sabían que necesitaban.

Pero no todo es idílico. La responsabilidad de tener una mascota también implica tiempo, cuidado, atención veterinaria y una entrega diaria que no todos están dispuestos a sostener. Por eso, en refugios y protectoras, todavía hay cientos de animales esperando por alguien que los elija. Muchos, incluso, con historias de abandono y maltrato. "Ellos también sanan. No solo a nosotros, sino a sí mismos", dice Mariana, voluntaria en una organización que rescata perros en situación de calle. "Cuando encuentran un hogar, cambian. Se llenan de vida".

A medida que cae la tarde, en cada rincón de la ciudad se repite una escena parecida: alguien le habla a su perro como si lo entendiera (y lo hace), alguien se queda dormido con un gato en el pecho, alguien sonríe por primera vez en días solo porque su mascota le trajo una rama, una pelota, una mirada. No hacen magia, pero transforman. Sin palabras, sin condiciones, sin pedir nada más que tiempo, afecto y un lugar al lado nuestro. Y a veces, eso alcanza para cambiarlo todo.

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