12/05/2025
Las monjas de clausura viven en comunidades cerradas, dedicadas a la oración, la meditación y el trabajo manual. Para ingresar, deben tener entre 18 y 25 años, buena salud, una fe profunda y conocimiento del catecismo católico.
Para ingresar al convento o casa donde viven las religiosas como las aspirantes a monja-, deben tener entre 18 y 25 años. Esto es porque el objetivo es vivir la vida de forma monacal y poseer una edad en la que se pueda decidir libremente ingresar a la institución.
Es
requisito también contar con un certificado de "buena salud "emitido por un
médico de cualquier hospital público. Así también, es fundamental que la
candidata a religiosa cuente con "una profunda fe y convicción religiosa", "ser
alguien que realmente desee vivir sus días dedicada a las reglas religiosas",
demostrar un "real y profundo" conocimiento del catecismo católico para que
pueda comprender los principios y valores de la vida conventual y haber sido
bautizada bajo la norma apostólica y romana.
Existen además otros requisitos, como la aprobación de la autoridad religiosa correspondiente. Esto significa que la postulante debe ser admitida por la superiora del convento para ingresar al claustro que sea. Asimismo, la aspirante debe cumplir con las obligaciones financieras, como pagar los gastos de alojamiento y alimentación, así como "aportar donaciones mensuales". Como si fuera poco, debe estar dispuesta al ayuno, la oración, el trabajo, el estudio, la asistencia y obediencia.
Las
monjas de clausura tienen una larga historia en la iglesia católica, y aún hoy
siguen estando presentes en todo el mundo. En estos conventos cerrados, las
religiosas tienen poco o "casi" ningún contacto con el mundo exterior y
experimentan una rutina completamente autónoma de su comunidad.
A
menudo, esta vida monástica incluye oraciones nocturnas, trabajo manual y
contemplación. Se someten a un régimen de vida muy estricto que puede incluir
el silencio total, duchas de agua fría, levantarse al alba, la abstinencia de
ciertos alimentos, ser controladas cuando van al sanitario, realizar
actividades que requieran fuerza física y mental, "el cuidado de las hermanas
enfermas, dormir en camas de madera con colchón hecho de paja y arpillera", y
la separación de sus afectos y todo tipo de relaciones con el mundo exterior.
Llegar a ellas es casi imposible, su hermetismo responde a su adoctrinamiento dogmático. Sor Patricia, una religiosa del Monasterio de Santa Catalina de Siena de la provincia de Córdoba, en una charla para las nuevas novicias, habló sobre el enrejado que separa a las religiosas de las demás personas.
"A
nosotras no nos encierra nadie, las rejas son algo simbólico, algo que le
pertenece a la fe y a nuestro amor a Dios".
No
obstante, están encerradas en su realidad: no tienen televisión, no escuchan la
radio, no tienen acceso a redes sociales, ni leen diarios o revistas, solo
libros de espiritualidad. Lo que saben del mundo lo conocen por las cartas que
envían sus familiares o por el sacerdote que las visita semanalmente para
confesarlas y oficiar la misa.
Tomás
Juan Francisco, sacerdote salesiano, profesor de Filosofía y Doctor en Teología
en la Facultad de San Miguel y párroco del Club Racing, considera: "Dios no
pide la libertad de los seres humanos, él hace al ser humano libre, él es la
única libertad". Y agrega: "La iglesia no justifica el encierro, pero lo
acepta."
El
también integrante de la Sociedad Argentina de Teología dice que "todos debemos
ser respetuosos de las distintas libertades" ya que, según él, hay hombres y
mujeres que "entienden ese llamado a la vocación desde la consagración en un
monasterio de clausura y lo asumen con total libertad", "Nadie los obliga.
Estas personas han encontrado el desafío de vivir esa vida y se han encontrado
con una tremenda oportunidad de libertad", amplía el padre Tomás.
Sin embargo, para la escritora
Florencia
Luce que pasó 12 años "al servicio de Dios" revela que el universo de las
monjas de clausura es por lo menos más complejo que lo que plantea el
sacerdote.
"El control y la manipulación psicológica que se ejercitaba puertas adentro de la institución religiosa, hicieron que me resultara imposible quedarme a vivir en aquel lugar", cuenta cuando tenía 20 años había ingresado a un convento pero decidió liberarse en cuanto sintió "la brisa de la liberación". "Tomé mis cosas, y como hacía cuando salía a hacer algún trámite, sin decirle nada a nadie, pedí que me abrieran la puerta", relató.
Luce
procesó toda su experiencia de más de una década en su libro "El canto de las
horas", una novela en la que realiza una minuciosa construcción política de la
abadía, las negociaciones entre la Iglesia y el Estado, los pactos de silencio,
la violencia física y mental ejercida por la madre superiora, la sexualidad que
se vuelve un tema tabú entre las novicias y la jerarquías de mandos, donde cada
una tiene un rol específico y lo cumplen con tenaz recelo.
En la
actualidad, está casada, tiene una hija de 23 años, y después de estudiar
Literatura en la Universidad de Rutgers, incursionó en la escritura creativa de
la mano de Hugo Correa Luna, y actualmente trabaja en el ámbito de la poética,
en traducción y enseñanza de idiomas en Nueva Jersey.
"Aprendí
que la entrega religiosa, en particular la monástica, es para pocos. Puede ser
una vida maravillosa para algunos, y un tormento para otros", describe la
autora sobre sus días de soledad y desamparo en ese universo distópico y
alejado de la realidad. Y, en el mismo sentido, agrega sobre ese lugar en el
que se sintió manipulada para nunca abandonarlo: "Me gustaría que no ingresen
siendo tan jóvenes, que no se apresuren, que sus familiares les aconsejen
trabajar, estudiar una carrera, enamorarse, madurar, antes de tomar la decisión
final".
Las
palabras de una mujer que según ella sintió la brisa de la liberación cuando
pudo salir del convento.
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12 de mayo de 2025
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