11/07/2025
Así lo indica un informe de la OMS. En Argentina, un estudio de Fundar advirtió la falta de datos suficientes para diseñar políticas públicas efectivas. Además, concluyó que la inversión en salud mental adolescente es muy baja y que, aunque los jóvenes expresan la necesidad de ser escuchados, sus demandas suelen ser minimizadas.
En tiempos de conexión constante, la soledad se ha convertido en una de las problemáticas más silenciosas y extendidas entre los jóvenes de la generación Z. Lejos de ser un fenómeno aislado, el aislamiento emocional y la falta de vínculos profundos están configurando una nueva crisis de salud pública, con consecuencias visibles en el bienestar psicológico y social de los adolescentes y adultos jóvenes.
Informes recientes advierten que las personas de
entre 16 y 34 años son las más afectadas por este fenómeno. En Argentina, uno
de cada cuatro jóvenes asegura sentirse solo en algún momento, y un 17%
manifiesta experimentar soledad de manera constante. La paradoja no pasa
desapercibida: se trata de la generación más conectada tecnológicamente de la
historia, y al mismo tiempo, una de las más solas.
Los especialistas advierten que la soledad en esta
franja etaria no se debe únicamente a la falta de interacción, sino a la
superficialidad de los lazos actuales. La cultura digital favorece el contacto
instantáneo, pero no garantiza la profundidad de las relaciones. Las redes
sociales, con sus lógicas de validación y comparación, terminan reforzando la
imagen por sobre la autenticidad, lo que produce un sentimiento de desconexión
incluso cuando hay cientos de interacciones virtuales.
Uno de los ejemplos más extremos es el fenómeno del
hikikomori, surgido en Japón y replicado ahora en otros países, incluida la
Argentina. Jóvenes que se encierran durante meses en sus habitaciones, aislados
del mundo exterior, en respuesta a la presión social y a la frustración por no
cumplir con ciertos estándares. Lo que comenzó como un cuadro vinculado a la
salud mental se interpreta hoy también como una forma de resistencia a las
exigencias culturales y sociales.
La crisis de la soledad no se limita al plano individual. Tiene impacto en la salud pública: está relacionada con trastornos como la depresión, la ansiedad y la baja autoestima, además de afectar la productividad y la capacidad de formar redes de contención. En este contexto, la amistad adquiere un valor singular. Los jóvenes expresan una necesidad urgente de vínculos auténticos, aunque muchas veces no encuentran el espacio ni los recursos para cultivarlos.
Frente a este panorama, los especialistas coinciden
en que revertir el problema es posible, pero requiere acciones concretas.
Fomentar espacios de socialización real, incentivar la comunicación emocional,
reducir la exposición a redes sociales y promover modelos de autenticidad son
algunas de las estrategias que pueden ayudar a reconstruir el tejido social
juvenil. También es clave trabajar desde la educación y las políticas públicas
para ofrecer herramientas que fortalezcan la salud emocional.
El desafío para la generación Z no es menor:
equilibrar la hiperconectividad con relaciones significativas, y encontrar un
lugar en el mundo donde sentirse verdaderamente acompañado. La soledad no tiene
por qué ser un destino, pero reconocerla como una problemática urgente es el
primer paso para transformarla.
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