13/06/2025
La disminución en la movilidad y la aparición de enfermedades pueden llevar a un aislamiento progresivo en la tercera edad. Para contrarrestar este fenómeno, es fundamental fomentar y fortalecer las relaciones sociales de las personas mayores a través de diversas estrategias.
La casa está ordenada. El reloj de pared marca las mismas horas de siempre. La tetera, aún tibia, espera que alguien diga algo. Pero no hay nadie. En muchas viviendas donde viven adultos mayores solos, el silencio se instala como una presencia constante. No es paz. No es tranquilidad. Es ausencia. Un vacío que pesa, que se escucha y que duele.
La soledad, cuando se vuelve crónica, no es
simplemente una cuestión emocional. Está directamente relacionada con una serie
de consecuencias para la salud mental, física y cognitiva. Según datos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 20% de las personas mayores de
60 años experimentan síntomas relacionados con trastornos mentales, en su
mayoría vinculados al aislamiento social. En Argentina, se estima que uno de
cada tres adultos mayores vive solo, y si bien esto no implica necesariamente
sentirse solo, la falta de vínculos sostenidos sí incrementa el riesgo de
padecer depresión, ansiedad, deterioro cognitivo e incluso enfermedades
cardiovasculares.
En los consultorios, los médicos de cabecera
advierten señales sutiles: una consulta reiterada sin motivo clínico claro,
dolores difusos, angustia disfrazada de hipertensión. En los hogares, los
cuidadores formales e informales hablan de personas que apagan la televisión y
se quedan mirando a la nada, o que prolongan una charla con tal de retener unos
minutos de contacto humano. El cuerpo también habla: el sistema inmunológico se
debilita, el insomnio se vuelve rutina, la energía vital se diluye.
María, 82 años, vive en Caballito desde hace cuatro
décadas. Desde que falleció su esposo, sus días transcurren entre el jardín y
los recuerdos. Sus hijos viven lejos y la visitan de vez en cuando. "Yo no les
reclamo dice con la voz pausada, ellos tienen su vida. Pero a veces me dan
ganas de llamar solo para que alguien me escuche respirar." La frase queda
suspendida en el aire como una verdad irrefutable: el contacto humano no es un
lujo, es una necesidad.
El fenómeno tiene un trasfondo cultural: en muchas
sociedades modernas, el envejecimiento se asocia a la pérdida de productividad,
y con ello, al repliegue en la vida social. Las redes familiares se dispersan,
los amigos mueren, los espacios públicos no siempre están pensados para
incluir. Las personas mayores, entonces, quedan aisladas no solo en lo geográfico,
sino también en lo simbólico. No se las escucha. No se las consulta. No se las
espera.
Frente a este escenario, los expertos en gerontología insisten en la necesidad de promover redes comunitarias, generar programas intergeneracionales y ofrecer espacios reales de participación para quienes ya no están en el mercado laboral, pero siguen teniendo tiempo, experiencia y ganas. "Hay una especie de paradoja señala una trabajadora social especializada en adultos mayores: como tienen más tiempo, suponemos que no les pasa nada si no los visitamos o no los llamamos. Pero ese tiempo se les vuelve en contra si nadie lo comparte".
El impacto de la soledad también se refleja en el
avance del deterioro cognitivo. Estudios recientes demostraron que el
aislamiento prolongado acelera el riesgo de enfermedades neurodegenerativas,
como el Alzheimer. El cerebro, como cualquier otro músculo, necesita ejercicio.
Y hablar, compartir, debatir, reír, es también una forma de mantenerlo activo.
El desafío es múltiple. Por un lado, requiere
políticas públicas sostenidas que integren a las personas mayores en los barrios,
que les den voz, acceso, transporte, espacios de socialización. Por otro,
implica una tarea cotidiana, silenciosa y quizás menos visible, pero igual de
importante: llamar más seguido, preguntar cómo están, escucharlas sin apuro.
Volver a mirarlas como personas completas, no como figuras decorativas de un
tiempo que ya pasó.
En un país donde la esperanza de vida supera los 76
años, y donde se prevé que para 2050 más del 25% de la población tendrá más de
60, pensar en la soledad como un problema de salud pública es tan urgente como
justo. Porque nadie debería envejecer con la sensación de que ya no importa.
Porque, como dice María, a veces lo único que hace falta es que alguien escuche
cómo respiramos.
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