17/06/2025
Acoso, insultos, comentarios hirientes, rumores y desinformación forman parte del fenómeno del hate en redes sociales. Este hostigamiento digital afecta especialmente a artistas mujeres como Tini Stoessel o Emilia Mernes, cuyos perfiles, seguidos por millones, se convierten en blanco frecuente de violencia simbólica.
Barcelona, una noche cargada de emociones en el Palau Sant Jordi. Martina Stoessel más conocida como Tini se sienta en la punta del escenario, mientras una multitud la rodea, expectante y empática. Su voz se quiebra. El micrófono tiembla en sus manos. La cantante lucha por seguir adelante, pero las lágrimas le impiden continuar. El público responde con una ovación y canta por ella. La escena, más allá de su espectacularidad, expone una verdad incómoda: el costo emocional del odio en redes sociales.
A lo largo del 2023, Tini enfrentó un asedio
constante de especulaciones y ataques virtuales que la llevaron a atravesar un
cuadro depresivo. La misma artista lo confesó meses después en una entrevista
para Telemundo, donde reveló que pensó en cancelar su gira por España y Estados
Unidos. No fue la única. Emilia Mernes, otra estrella del pop argentino en
ascenso, también compartió con su público el impacto emocional del acoso
digital. Durante un show en el Movistar Arena, se sinceró: "Si no hubiese hecho
mi terapia, no sé si hubiese sido posible que hoy esté acá parada junto a todos
ustedes".
En tiempos en los que la exposición pública está
mediada por la inmediatez de las redes sociales, el hate se multiplica con una
velocidad brutal. Comentarios crueles, burlas, ataques personales e incluso
amenazas se han convertido en parte del paisaje cotidiano para muchas figuras
públicas, especialmente mujeres jóvenes. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué permite que
el maltrato se viralice sin límites?
Una investigación de la Fundación MAPFRE y la
Universidad de Deusto (2022) aporta algo de claridad: de 2.520 personas
encuestadas, 312 admitieron haber publicado mensajes violentos hacia otros. Las
plataformas más utilizadas para hacerlo fueron Facebook, X (ex Twitter),
Instagram y YouTube. El factor común: la bronca, potenciada por el anonimato y
la falta de consecuencias reales para quienes agreden.
RESMA (Red de Salud Mental Argentina) advierte que
esta combinación de anonimato, viralidad e impunidad produce una "normalización
del odio". Y mientras tanto, los efectos sobre la salud mental de las víctimas
se agravan.
Micaela Romero, asesora de imagen digital especializada en artistas mainstream, resalta la importancia de los espacios de contención psicológica y de un protocolo de acción claro ante crisis emocionales. "Cuando hay una ola de hate, lo último que tiene que hacer el artista es exponerse en redes. Aunque eso implique pausar la actividad. Primero está la persona", sostiene.
La idea de que "son famosos, están acostumbrados" ha
servido muchas veces como justificación para ignorar o minimizar el impacto del
hostigamiento. Pero tanto Tini como Emilia decidieron romper con ese silencio.
Ambas se mostraron vulnerables ante sus audiencias y pusieron en palabras una
realidad que no suele verse: detrás de cada performance brillante, hay una
persona que siente, que sufre, que necesita resguardo.
Más allá del caso individual de cada artista, los
datos muestran una tendencia preocupante. Según Unicef y U-Report, un 26% de
jóvenes entre 19 y 25 años admiten haber tenido actitudes hater en redes.
Aunque, curiosamente, el estudio de MAPFRE señala que el grupo más activo en la
producción de comentarios agresivos es el de entre 35 y 45 años, contradiciendo
el prejuicio habitual que coloca a la juventud como principal responsable del
odio online.
Mientras tanto, las campañas destinadas a combatir el ciberacoso y a promover un uso más sano de las redes sociales están, en su mayoría, orientadas a niños y adolescentes. Existen propuestas como "Domino" -impulsada por Movistar y la ONG Faro Digital- o "Healthy-Young-Minds" en Estados Unidos. Sin embargo, poco se ha avanzado en protocolos y marcos de cuidado dirigidos a figuras públicas, pese a que millones de personas consumen y replican su contenido a diario.
Quizás ha llegado el momento de dejar de asumir que
quienes están en escena pueden con todo. De entender que la exposición no
implica invulnerabilidad. Y de construir un ecosistema digital más humano,
donde el respeto no sea una excepción sino una regla básica. Porque detrás de
cada publicación, de cada show y de cada canción, hay alguien que también necesita
apagar la pantalla, al menos por un rato.
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