22/07/2025

El Bona

Aprender sin ver: el desafío de los estudiantes ciegos

Con apoyos tecnológicos, métodos alternativos y una enorme fuerza de voluntad, las personas con ceguera total enfrentan barreras invisibles para acceder al conocimiento. Esta es una mirada al modo en que estudian, se adaptan y reclaman su lugar en el sistema educativo.

A las siete y media de la mañana, Sofía ya está lista para ir a la universidad. Recorre con su bastón blanco el pasillo angosto de su casa en Avellaneda y baja con cuidado los escalones hasta la vereda. Tiene 21 años, estudia Psicología y es ciega de nacimiento. Cada día, su trayecto hacia el aula es también una forma de navegar un sistema que, muchas veces, no fue diseñado para ella.

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En el tren, escucha con atención los avisos por altavoz: es la única pista que tiene para saber si está en la estación correcta. Luego camina cinco cuadras hasta la facultad, esquivando veredas rotas, puestos de diarios y el ruido del tránsito. Cuando llega al aula, no ve las diapositivas que proyecta el profesor, ni puede leer directamente los textos impresos que circulan entre sus compañeros. Pero está ahí, atenta, grabando las clases con su grabador digital y anotando mentalmente las partes clave para repasarlas después con su lector de pantalla.

Aprender sin ver no es solo un desafío individual. Es también un reflejo de las barreras estructurales que enfrentan miles de estudiantes ciegos o con baja visión en Argentina y en América Latina. Desde el acceso a materiales en formato accesible, hasta la formación docente, pasando por la disponibilidad de tecnología adaptativa, cada paso del proceso educativo presenta obstáculos que muchos superan con una mezcla de esfuerzo, creatividad y redes de apoyo.

"Lo más difícil no es ser ciega. Lo más difícil es que los demás no estén preparados para que una persona ciega aprenda", dice Sofía, que forma parte de un colectivo de estudiantes con discapacidad que promueve mejoras en la accesibilidad universitaria. En sus palabras hay cansancio, pero también convicción. No espera un trato especial, sino que se respeten sus derechos como estudiante.

Muchos docentes, bien intencionados, desconocen cómo adaptar sus clases. Algunos piensan que los estudiantes ciegos "no van a poder seguir el ritmo" y los subestiman. Otros improvisan: leen en voz alta lo que muestran en pantalla, mandan los textos en Word o PDF, aunque no siempre en formatos compatibles con los lectores de pantalla. A veces, la ayuda llega desde los propios compañeros: alguien que le dicta lo que escribió el pizarrón, otro que le graba un resumen.

Las bibliotecas accesibles son aún insuficientes. Aunque existen iniciativas como Tiflolibros o la Red Mate, la conversión de textos lleva tiempo, y muchas veces hay que recurrir a voluntarios que leen los libros en voz alta o los escanean. Sofía cuenta que una vez tuvo que esperar dos meses para recibir un capítulo clave de un manual que le pedían para un parcial. En ese tiempo, se las arregló con notas sueltas y explicaciones orales.

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El celular, la computadora y el lector de pantalla son sus principales herramientas. Con la voz sintetizada de su software, navega por textos, responde mails, participa en foros virtuales y arma trabajos prácticos. Pero no todos los programas son compatibles, y muchas plataformas educativas siguen siendo poco accesibles.

Aun así, el mayor desafío es el tiempo. Lo que a otros les lleva una hora, a ella le puede demandar tres. "Leer en Braille, por ejemplo, es una opción, pero los materiales son escasos, y la impresión es costosa. Y si querés tomar apuntes, tenés que elegir entre escuchar al profesor o escribir con la regleta. Es imposible hacer las dos cosas a la vez", explica.

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Fuera del aula, el panorama no es más fácil. Acceder a transporte accesible, conseguir pasantías o trabajos, enfrentar los prejuicios en entrevistas laborales: todo forma parte del mismo entramado. "Estudiar es una forma de abrir camino. Pero muchas veces, el camino hay que inventarlo", dice con una sonrisa resignada.

El aprendizaje, para Sofía, no ocurre solo en los libros ni en los exámenes. Está en cada conversación donde tiene que explicar por qué necesita el archivo en otro formato, en cada correo donde pide que la tengan en cuenta, en cada jornada que termina con la sensación de haber resistido. Aprender, para ella y para tantos otros, también es enseñar: que ver no siempre es sinónimo de entender, y que incluir no es un gesto, sino una decisión cotidiana.

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