15/07/2025
La IA se ha convertido en un eje clave de la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China. Quien controle su desarrollo tendrá poder sobre los sistemas que estructuran la economía, la seguridad y la vida cotidiana de las sociedades tecnificadas.
La historia de la humanidad ha estado marcada por disputas por el control: primero territorios, luego recursos naturales como el petróleo, más tarde el espacio. Hoy, el nuevo escenario de competencia global se libra en el terreno digital, y tiene a la inteligencia artificial (IA) como protagonista central. La carrera ya está en marcha, silenciosa pero profunda, y enfrenta a potencias como Estados Unidos y China por el dominio de una tecnología que no solo redefine industrias, sino también relaciones de poder.
En este nuevo contexto,
las herramientas de conquista no son buques ni aviones, sino algoritmos, chips,
centros de datos y plataformas de software capaces de aprender, traducir,
vigilar y decidir. La IA no solo se trata de innovación: significa también
poder económico, capacidad de influencia, control de la información y, en
última instancia, hegemonía cultural.
Proyectos como ChatGPT,
desarrollado en Estados Unidos con el respaldo de Microsoft, y DeepSeek, una
iniciativa china que surgió como respuesta a las restricciones impuestas por
Washington en el acceso a chips de última generación, representan dos modelos
en pugna. Mientras el primero creció con grandes inversiones y fuerte presencia
en medios y mercados, el segundo se consolidó apostando por eficiencia, bajos
costos y una estrategia de apertura tecnológica que busca ampliar su ecosistema
a nivel global.
La aparición de
DeepSeek puso en alerta a la industria. Logró entrenarse a una fracción del
costo tradicional y demostró que, ante la falta de recursos tecnológicos
importados, la innovación local podía ofrecer soluciones competitivas. Con
ello, China intenta ganar terreno en un área donde aún enfrenta restricciones
internacionales, pero que considera clave para su autonomía tecnológica.
La disputa no se reduce
a una competencia técnica. El país que logre imponer sus sistemas de IA también
podrá moldear los valores, narrativas y dinámicas sociales que esas
herramientas reproducen. Desde buscadores hasta asistentes virtuales, pasando
por plataformas de educación o entretenimiento, la IA puede configurar la
manera en que las personas piensan, consumen información o interactúan con el
entorno. De ahí que el control de estas tecnologías tenga implicancias
políticas profundas.
En paralelo, la infraestructura que sostiene esta revolución digital depende de recursos físicos estratégicos. Los modelos avanzados de IA requieren servidores de alta capacidad que operan día y noche, consumen enormes cantidades de energía eléctrica y necesitan agua en grandes volúmenes para refrigerarse. Así, el acceso a fuentes confiables de energía y agua dulce se convierte en un factor crítico de competitividad global.
Este escenario plantea
desafíos para países con abundantes recursos naturales, como Argentina.
Regiones como la Patagonia, con disponibilidad energética, reservas de agua y
baja densidad poblacional, ya han despertado el interés de inversores de ambos
bloques. La posibilidad de instalar centros de datos o infraestructuras
tecnológicas a gran escala la convierte en una pieza estratégica dentro del
nuevo tablero global.
Sin embargo, el país
aún carece de una normativa integral en materia de inteligencia artificial.
Esta falta de regulación, sumada a la inestabilidad política y la ambigüedad en
su posicionamiento internacional, deja a la Argentina en una situación
vulnerable frente a intereses externos. La posibilidad de convertirse en
plataforma tecnológica de alguna potencia no garantiza beneficios sostenibles
si no se acompaña con soberanía normativa, planificación estratégica y
protección de los recursos naturales.
El avance de la IA no
es una cuestión lejana ni abstracta. Su impacto se sentirá en el trabajo, la
educación, la seguridad, el comercio, la salud y los contenidos que consumimos
a diario. Por eso, más allá de la fascinación por el desarrollo tecnológico, se
impone una pregunta de fondo: ¿cómo se posicionará Argentina ante esta nueva
forma de disputa global? ¿Será un actor activo capaz de diseñar su propio
camino o quedará reducido al papel de territorio funcional a intereses ajenos?
La carrera por la
inteligencia artificial es, en el fondo, una carrera por el futuro. El modo en
que se resuelva esta competencia y la participación que logren o no los países
en desarrollo definirá buena parte del orden económico, político y cultural de
las próximas décadas.
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