15/07/2025
Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, la mayoría de los intentos y suicidios consumados se registran en personas menores de 30 años, lo que refleja una alta vulnerabilidad en esta franja etaria.
Cada año, miles de familias se enfrentan a una tragedia silenciosa: el suicidio en niños y adolescentes. Si bien el suicidio es poco frecuente antes de la pubertad, se convierte en una causa de muerte más común en la adolescencia y la adultez joven, al punto de ubicarse como la segunda causa de fallecimiento en personas de 10 a 24 años en Estados Unidos.
Detrás de cada intento de suicidio hay una historia compleja que incluye factores emocionales, sociales y médicos. En la mayoría de los casos, existe un trastorno de salud mental como la depresión o la ansiedad, que puede verse agravado por un evento estresante: la pérdida de un ser querido, el acoso escolar, la ruptura de una relación o cambios drásticos en el entorno familiar. Sin embargo, estos factores por sí solos no suelen ser suficientes para desencadenar un comportamiento suicida, a menos que exista un problema emocional subyacente.
Muchos niños en riesgo de suicidio muestran señales previas que pueden ser detectadas por padres, docentes, médicos o amigos. Algunas son evidentes, como verbalizar pensamientos de muerte; otras, más sutiles, como el retraimiento social o el abandono de actividades que antes les resultaban placenteras. En algunos casos, los intentos de suicidio son una forma de expresar un pedido de ayuda más que un deseo firme de morir.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el número de intentos de suicidio ha aumentado significativamente en las últimas dos décadas. Las tasas más altas se observan entre las niñas adolescentes, aunque los varones son más propensos a consumar el acto. La pandemia de COVID-19 también tuvo un fuerte impacto: las consultas en servicios de urgencias por intentos de suicidio en adolescentes crecieron más del 20% entre 2019 y 2021, con un incremento particularmente alto entre las adolescentes mujeres.
La evaluación del riesgo es una tarea clave del equipo médico. Frente a un intento, aunque parezca leve, se debe realizar una valoración urgente. Los especialistas determinan si es necesaria la hospitalización, especialmente cuando hay señales de planificación o el intento incluyó métodos de alta letalidad. De ser posible, se busca garantizar que el entorno familiar sea capaz de brindar seguridad física y contención emocional.
El tratamiento, por lo general, implica un abordaje integral: medicamentos para tratar trastornos como la depresión, terapias cognitivo-conductuales, y un seguimiento sostenido por parte de profesionales de salud mental. También se recomienda limitar el acceso a armas de fuego y fármacos en el hogar, ya que estos elementos figuran entre los métodos más comunes utilizados en los suicidios adolescentes.
La prevención comienza con una pregunta directa: "¿Estás pensando en hacerte daño?" Hablar abiertamente sobre el suicidio no incentiva la conducta, sino que puede abrir la puerta al alivio y la ayuda. Programas escolares, servicios de asistencia telefónica (como la línea 988 en EE. UU.) y una red de apoyo familiar y comunitario son elementos clave para reducir el riesgo.
En definitiva, entender que el suicidio no es un acto impulsivo e incomprensible sino la consecuencia de un sufrimiento sostenido permite actuar a tiempo. La detección temprana, la intervención profesional y el compromiso de toda la comunidad pueden marcar la diferencia entre una vida interrumpida y una oportunidad para sanar.
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