08/07/2025
Algunas de las consecuencias que pueden observarse cuando el consumo de este tipo de contenidos se vuelve excesivo incluyen falta de concentración, ansiedad, irritabilidad, dificultades para dormir y una marcada baja en la tolerancia al aburrimiento. La necesidad constante de nuevos estímulos impide muchas veces disfrutar de actividades más lentas o profundas.
Cada vez con mayor frecuencia, jóvenes y adolescentes utilizan el término "brainrot" en sus conversaciones cotidianas y en redes sociales. Aunque su traducción literal es "cerebro podrido", no se trata de un diagnóstico médico, sino de una forma irónica y exagerada de describir el estado mental que provoca el consumo constante y prolongado de contenidos digitales triviales y repetitivos.
El concepto, nacido como una broma en espacios
virtuales, está cobrando relevancia entre padres, educadores y profesionales de
la salud mental. Detrás del humor, se plantea una preocupación real: la
exposición excesiva a estímulos breves, superficiales y altamente adictivos
puede estar afectando la capacidad de atención, la motivación y el equilibrio
emocional, especialmente en personas jóvenes.
El "brainrot" se asocia con el hábito de pasar horas
frente a videos de formato corto como los de TikTok, Instagram Reels o YouTube
Shorts memes absurdos, transmisiones en vivo con poco contenido o secuencias
interminables de entretenimiento inmediato. Este tipo de consumo ofrece
recompensas rápidas al cerebro, como risas o sorpresa, pero puede afectar la
tolerancia al aburrimiento y dificultar actividades que requieren mayor
esfuerzo cognitivo, como estudiar, leer o sostener una conversación
significativa.
Niños y adolescentes son particularmente vulnerables
a este fenómeno debido a que sus cerebros están en proceso de desarrollo. La
corteza prefrontal encargada de
funciones como la toma de decisiones, la regulación emocional y el autocontrol
sigue
madurando hasta la adultez. Durante esta etapa, el sistema de recompensa cerebral responde intensamente a estímulos que liberan dopamina, como los que ofrecen las plataformas digitales.
Algunas de las consecuencias que pueden observarse
cuando el consumo de este tipo de contenidos se vuelve excesivo incluyen falta
de concentración, ansiedad, irritabilidad, dificultades para dormir y una
marcada baja en la tolerancia al aburrimiento. La necesidad constante de nuevos
estímulos impide muchas veces disfrutar de actividades más lentas o profundas.
Esto no significa que mirar videos graciosos o memes
sea negativo en sí mismo, pero el problema aparece cuando ese tipo de consumo
desplaza otras formas de aprendizaje, recreación o vinculación. Las plataformas
están diseñadas con algoritmos que identifican rápidamente los gustos del
usuario y ajustan el contenido para maximizar su tiempo de permanencia. El
resultado es un círculo difícil de romper, especialmente para los más jóvenes.
Frente a este escenario, expertos recomiendan
acompañar el uso de la tecnología con una mirada crítica y equilibrada. Algunas
estrategias útiles incluyen establecer horarios sin pantallas, promover
actividades alternativas como deportes, lectura o hobbies, y fomentar
conversaciones abiertas sobre lo que consumen en internet. Supervisar no significa
controlar de forma invasiva, sino conocer los espacios digitales que habitan
los chicos.
La herramienta más efectiva sigue siendo el ejemplo:
si los adultos mantienen una relación saludable con la tecnología, los niños y
adolescentes lo notan. La coherencia entre el discurso y la práctica refuerza
los límites y promueve hábitos más sanos.
El fenómeno del "brainrot" pone en evidencia un
desafío transversal: cómo enseñar a convivir con la tecnología sin caer en el
consumo pasivo o automático. No se trata de prohibir, sino de educar en el uso
consciente, crítico y responsable. En un entorno donde la información y el
entretenimiento están al alcance de un clic, construir espacios que fomenten la
atención, la creatividad y la conexión humana es una tarea que involucra a
familias, escuelas y a la sociedad en su conjunto.
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