26/06/2025

El Bona

Depresión sin rostro: una epidemia emocional en aumento

La depresión crece de forma silenciosa pero constante, cruzando edades, géneros y clases sociales. No siempre se manifiesta con lágrimas o ausencias; a veces habita detrás de rutinas intactas y sonrisas automáticas.

Se levanta temprano, responde mensajes pendientes, cumple con sus tareas, sonríe en las reuniones, publica una historia en redes donde parece todo estar en orden. Pero al caer la noche, cuando las luces bajan y el cuerpo se afloja, algo se desploma adentro. No hay motivo aparente. No hay catástrofe. Tampoco hay consuelo. Solo una niebla espesa que no deja ver el sentido de nada. Así transcurren los días para miles de personas que cargan con una tristeza callada, a veces invisible incluso para quienes conviven con ellas. La llaman depresión, pero podría tener otro nombre. Porque no siempre es la imagen clásica de alguien encerrado en la oscuridad, sin poder levantarse de la cama. La depresión moderna, la que crece sin pausa en todas las edades, muchas veces no tiene rostro.

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El fenómeno no es nuevo, pero su visibilidad sí lo es. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, y las cifras van en aumento. En América Latina, y particularmente en Argentina, los últimos estudios indican un crecimiento sostenido de casos, especialmente tras la pandemia. Lo que sorprende a los especialistas no es solo el número, sino la forma que adopta: personas que "funcionan", que cumplen, que se muestran estables pero que internamente se sienten vacías, cansadas, desconectadas de todo.

Los profesionales de la salud mental ya no hablan solo de episodios depresivos mayores. Aparecen nuevas formas clínicas: depresiones atípicas, depresiones sonrientes, cuadros mixtos con ansiedad. "Nos encontramos cada vez más con pacientes que no identifican estar deprimidos, pero describen una pérdida total de sentido, una fatiga emocional constante, o una desconexión afectiva con todo lo que antes les importaba", explica la psiquiatra Laura Torres, que atiende en el sistema público de salud en Buenos Aires. "Siguen yendo a trabajar, mantienen su rutina, pero nada los conmueve. Todo es esfuerzo, nada fluye", agrega.

El avance de la depresión tiene mucho que ver con las condiciones de vida en las sociedades contemporáneas. La presión por rendir, el ideal de éxito constante, el mandato de felicidad inmediata y el aislamiento afectivo son algunos de los ingredientes que la alimentan. En un mundo hiperconectado, paradójicamente, cada vez más personas se sienten solas. Y en ese vacío, la tristeza crónica se instala. No se trata solo de una cuestión individual, sino de un fenómeno social de fondo: un síntoma colectivo de una época que se define por la sobreexigencia emocional y la falta de tiempo real para sostener vínculos genuinos.

La depresión no distingue clase social, género ni edad. Aunque sí hay matices. En los jóvenes se expresa, muchas veces, como desmotivación profunda, como ansiedad disfrazada de hiperactividad. En las mujeres, aparece con frecuencia en la sobrecarga de roles y expectativas. En los varones, más silenciosa aún, se manifiesta a través del consumo problemático, el retraimiento o la irritabilidad crónica. Los adultos mayores también la padecen, aunque con menos acceso a espacios de contención y con mayor estigmatización.

El principal obstáculo sigue siendo el silencio. Muchas personas no buscan ayuda porque no saben que lo que les pasa tiene nombre. Creen que están "estresadas", "cansadas" o que "ya se les va a pasar". Y cuando finalmente piden ayuda, lo hacen muchas veces en estado crítico. "Llega gente que ya pasó por dos o tres médicos clínicos, que se hizo estudios de todo tipo por síntomas físicos y que no sabían que tenían una depresión. Otros llegan después de un intento de suicidio", comenta la psicóloga Soledad Ricci, que trabaja con adolescentes. "Hay una cultura de la negación muy fuerte. Se premia la resiliencia, la fuerza, el aguante. Pero no se habilita el sufrimiento".

En este contexto, las redes sociales cumplen un doble rol. Por un lado, son terreno fértil para la comparación constante, que exacerba la sensación de fracaso personal. Pero al mismo tiempo, han empezado a ser un espacio donde algunos encuentran una forma de hablar de su malestar sin ser juzgados. Cada vez más influencers, artistas y figuras públicas se animan a compartir sus experiencias con la salud mental. Y si bien eso no resuelve el problema de fondo, al menos ayuda a desestigmatizar y a generar conversación.

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Sin embargo, los recursos institucionales no alcanzan. En el sistema público de salud hay demoras para conseguir turnos con psiquiatras y psicólogos, y las obras sociales no siempre cubren tratamientos de calidad. Mientras tanto, la demanda crece. Se necesitan políticas públicas sostenidas, inversión en salud mental, campañas de prevención, pero también un cambio cultural profundo. La depresión no se cura con voluntad ni con frases motivacionales. Requiere tiempo, escucha, herramientas terapéuticas y, sobre todo, una red humana que sostenga.

Hay quienes logran salir del pozo. Pero no siempre regresan iguales. "Estuve meses sin poder sentir nada -cuenta Lucía, una diseñadora de 32 años que atravesó una depresión severa-. No era tristeza, era más bien una desconexión total. Lo que más me dolía era que no me importara nada. No me sentía triste. Me sentía inexistente". Hoy, tras un tratamiento sostenido y el acompañamiento de su entorno, se siente mejor. Pero asegura que la recuperación no fue lineal. "No es como tener fiebre y que te bajó. A veces mejora, otras retrocede. Es una lucha interna de todos los días. Pero ahora sé que puedo hablarlo. Antes, no sabía ni que tenía un problema".

Es precisamente esa conciencia lo que puede marcar la diferencia. Entender que la depresión puede tener mil caras, que puede estar escondida detrás de una vida aparentemente normal, y que no siempre se manifiesta con tristeza visible. Aprender a mirar de otra manera. A escuchar entre líneas. A validar el sufrimiento ajeno, incluso cuando no se ajusta a los estereotipos que imaginamos.

Mientras tanto, el ritmo del mundo sigue. Las calles siguen llenas. Las redes siguen mostrando vidas perfectas. Y muchas personas siguen cumpliendo, rindiendo, sosteniéndose por fuera, mientras algo adentro se apaga lentamente. Por eso, cada vez es más urgente dejar de buscar el rostro clásico de la depresión. Porque tal vez esté al lado nuestro. Sonriendo. Y en silencio.

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